MAÑANA SE CUMPLE EL 150º ANIVERSARIO
DEL NACIMIENTO DE JOSÉ SÁNCHEZ ROSA.
Os envio una biografia del maestro anarquista fusilado en Sevilla cuando
tenía 72 años. Coincidiendo con este acontecimiento hemos
"reeditado" un trabajo de José Sánchez Rosa escrito en 1919 “Discordancias de bronce. Nuestra opinión
sobre el sindicalismo”, donde se inserta esta microbiografia de abajo. Esperando sea de vuestro interés.
para DIME/ Cecilio Gordillo. Coord. RMHSA de CGT.A
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JOSE SANCHEZ ROSA (*)
Por José
Luís Gutiérrez Molina.
Grazalema (Cádiz). 22 de
octubre de 1864.
Sevilla.1 de
agosto de 1936
Miembro
de una familia numerosa. Desde pequeño trabajó en el campo como peón.
Hijo de un zapatero, desde muy joven, gracias
a los dos años que había acudido a la escuela, era el encargado de leer en voz
alta a sus compañeros los periódicos y la propaganda libertaria que llegaba a
sus manos. Posiblemente sería este temprano gusto por la lectura de donde le
vino la idea de ejercer el magisterio. Nunca llegó a tener título oficial. Sin
embargo, fue reconocido como maestro en su tiempo y con posterioridad. En la
persona de Sánchez Rosa se unen la tinta del militante de organizaciones que
luchaban por la justicia social; la palabra del propagandista anarquista y la
tinta del maestro de trabajadores.
Unas actividades que le llevaron a prisión. Parece
que una primera vez cuando los sucesos de la «Mano Negra», la trama policial
nacida para detener el avance del primer obrerismo en la provincia de Cádiz.
Después, en 1892, cuando
vivía ya en Jerez, volvió a ser encarcelado acusado de ser uno de los organizadores
del llamado «asalto campesino a Jerez». En 1891
había estado entre los asistentes en Barcelona al congreso en el
que se pretendía reorganizar la
Internacional. Para entonces ya era un conocido militante al
que se le conocía por el sobrenombre de «Fermín». ¿Quizás en honor al ya
entonces mítico Fermín Salvochea que había regresado a Cádiz a finales de 1885 tras diez años de penales y exilios? Aunque también
puede que lo fuera por llamarse así su padre. Fuera como fuere, en 1892, ambos –Sánchez Rosa y Salvochea- quedaron atrapados
en la red policial del asalto jerezano.
Una trampa elaborada a medida que renacían las
sociedades obreras por la comarca, se organizaban nuevos grupos ácratas y las
calles se llenaban de trabajadores exigiendo las ocho horas. Sánchez Rosa fue
acusado de estar entre los anarquistas que se entrevistaron con el gaditano, ya
encarcelado en la prisión de Cádiz, para organizar la ocupación de Jerez. Tuvo
mejor suerte que su compañero José Fernández Lamela que fue uno de los cuatro
ejecutados a garrote unas semanas más tarde. Compareció ante un consejo de
guerra, unos meses después, junto a otros 45 acusados. Sobre él recayó una
condena a cadena perpetua. Pasaron ocho años hasta que, en 1901, con motivo del matrimonio de la
Princesa de Asturias, se dictó una amnistía que le devolvió a
la calle. Los había pasado en el presidio ceutí de El Hacho. A la ciudad
africana se habían trasladado también Ana Villalobos, su compañera desde 1889, y la hija de ambos, Paca. Cuando
regresaron a la península lo hizo además con otros dos nuevos retoños: Fermín y
María.
No volvió a trabajar ni de jornalero, ni de zapatero.
Comenzó su larga trayectoria de tres décadas
como maestro de sociedades obreras. No fue un maestro racionalista, seguidor de
los planteamientos de la escuela de Ferrer Guardia. Mantuvo relaciones con la
Escuela Moderna y utilizó sus publicaciones. Sin embargo, Sánchez
Rosa también había bebido de otras fuentes: de los maestros cortijeros que
había conocido antes de ser encarcelado y de la propia tradición oral y escrita
andaluza que se plasmó en la colección de manuales y textos que fue editando
durante años. De momento se dirigió a Los Barrios a hacerse cargo de la escuela
que la sociedad obrera local acababa de abrir. Hasta 1903
resistió la presión de las autoridades militares que, ese año,
lograron cerrarla y acusar al grazalemeño de un delito de opinión que le obligó
a exilarse a Tánger.
Sánchez Rosa no abandonó su militancia societaria
y propagandística. Participó en la
Federación de Sociedades Obreras de Resistencia de la
Región Española, la reconstituida
organización nacional de tendencia antiautoritaria, y en actos de propaganda
anarquista. Era un entusiasta seguidor de la huelga general revolucionaria. El
obrerismo no era sólo reivindicativo y defensivo, también debía tener una
finalidad revolucionaria. Con 36 años y tras pasar casi diez en prisión se
reincorporaba a un mundo obrero en ebullición. El que estaba a punto de
abandonar la infancia del societarismo para entrar en la madurez del sindicalismo
revolucionario. A difundir estas ideas se dedicó durante meses, recorriendo en
comisiones de propaganda todo el país: lo moderno era el anarquismo, lo viejo,
lo caduco, el mundo capitalista. También empuñó frecuentemente la pluma.
Comenzó a ser un colaborador habitual de La Revista Blanca que editaba la familia Urales con la que estableció
una larga amistad.
Su labor pedagógica no se limitó a las clases
en la escuela campo gibraltareña. En 1902
editó su primer folleto: Las dos fuerzas: reacción y progreso. A este le seguirían, hasta la década de los treinta, otros
diecisiete. Especial éxito, con numerosas ediciones y decenas de miles de
ejemplares, tuvieron tres «manuales»: La aritmética del obrero, aparecido en 1909 y La gramática y el abogado del obrero publicados en 1912. El primero buscaba dotar al trabajador de herramientas contables
básicas con el objetivo de que no le engañaran ni en los salarios, ni en las
compras y ventas. Mismo objetivo que tenía la gramática con la que, mediante
demostraciones ortográficas y gramaticales claras y comprensibles, los trabajadores
mejoraran sus niveles de expresión y comprensión. Finalmente, el abogado era un
compendio, siempre actualizado, de leyes, decretos y reglamentos oficiales, que
los trabajadores podían utilizar para presentar reclamaciones, peticiones y
legalizaciones de sociedades por ellos mismos sin recurrir a personas que les
cobrarían unos honorarios por encima de sus posibilidades.
Regresó a España a finales de 1904 para hacerse cargo de la escuela de a sociedad
obrera de la población sevillana de Aznalcollar. Allí vivió hasta su traslado a
Sevilla en 1911. Siete
años durante los que la tiza, la tinta y la palabra continuaron protagonizando
la vida de quien se había convertido en un referente del mundo anarquista
andaluz. Participó en la reconstrucción de la sociedad obrera aznalcoreña y
mantuvo contra viento y marea, incluso de forma ambulante, la escuela. Combatió
al clericalismo local y a la empresa minera que dominaba la vida económica de
la localidad. Su situación llegó a hacerse insostenible presionado por las
autoridades y la
Guardia Civil y amenazado de muerte. En 1910 se produjeron una serie de explosiones en domicilios
de capataces de la mina y sabotajes en fincas. Sánchez Rosa fue acusado de
instigarlos y de participar personalmente en algunos. Se defendió atribuyendo
las acusaciones a una campaña de «terrorismo reaccionario».
Sin embargo terminó abandonando Aznalcóllar.
Se abrían nuevos tiempos y Sánchez Rosa, en el transcurso de los actos en los que
había continuado participando, había advertido las posibilidades y rápida difusión
de las ideas que pretendían sustituir a las viejas sociedades obreras por «modernos
sindicatos». Ideas que llenan su folleto El obrero sindicalista y su patrono aparecido en 1911, recién instalado en Sevilla. Cuando llegó a la capital del Betis
tenía 47 años, la aureola de ser uno de los condenados en los grandes procesos
contra el anarquismo de dos décadas antes y una reputada fama de propagandista
y maestro libertario. Primero abrió su escuela en el barrio de Triana, en la
calle Pagés del Corro.
Después, se trasladó a su emplazamiento definitivo
de la calle Enladrillada, en el barrio de San Julián, uno de los feudos del
anarquismo sevillano. Escuelas que tenían alumnos entre 3 y 10 años durante el
día y adultos por la noche. Apenas instalado, participó en la huelga general
que sacudió la ciudad en octubre por lo que sufrió una primera detención
hispalense.
Durante los años siguientes la actividad de Sánchez
Rosa fue incansable. Participó en numerosas giras de propaganda que le llevó por
toda Andalucía y otras regiones del país, actos de controversia con socialistas,
continuó escribiendo folletos y sus actividades educativas. También ingresó en
la masonería, producto de sus relaciones con, otro antiguo anarquista, y ahora
caracterizado dirigente del republicanismo radical y la masonería española,
Diego Martínez Barrio. Lo hizo en 1911 en la logia «Justicia y Libertad» con el nombre simbólico de «Salvochea».
Pero sobre todo lo que le distinguió fue su compromiso con la creación de
entidades sindicalistas y la educación.
Su máxima aspiración era la creación de una federación
local de sociedades. A pesar de haber nacido ya la desconfianza en los medios
anarquistas hacia el sindicalismo el grazalemeño se mantuvo partidario de éste.
Hasta el punto de que terminaría presidiendo la creación, en 1918, de la sección de la
CNT en Andalucía: la
Federación Regional Obrera Andaluza.
No significó que abandonara otros campos de actuación
más propios del mundo anarquista. Participó en los diversos intentos por crear
una organización regional, primero, y nacional, después de grupos anarquistas y viajó hasta El
Ferrol para asistir a las sesiones del, finalmente impedido por las autoridades,
Congreso Internacional por la Paz
que pretendía reunir a los adversarios de la guerra que había estallado en
Europa. También, en Sevilla, participó en la creación de una Liga de Inquilinos
con la que hacer frente al aumento de los precios de la vivienda, y de las
subsistencias en general. Hasta este momento Sánchez Rosa había equilibrado
anarquismo y sindicalismo. De hecho podía aparecer como un ejemplo vivo, de un
reconocido militante, que ligaba al ya pasado societarismo nacido en el siglo XIX
con el moderno sindicalismo y su adscripción anarquista, defensor
de la instrucción racional de los hombres, con la actuación y participación en la
CNT, el sindicato que se estaba convirtiendo en el vehículo
que catalizaba las aspiraciones reivindicativas y revolucionarias de gran parte
del proletariado español. Sin embargo, a partir de 1919
las dudas, desconfianzas y contradicciones estallaron. Sánchez Rosa
terminaría, organizativamente, apartado del mundo al que había dedicado toda su
vida.
Las diferencias entre anarquistas y sindicalistas
comenzaron a hacerse visible a lo largo de 1917. Mientras se extendía como la espuma la
CNT y los anarquistas vieron el poder que iba adquiriendo las
estructuras sindicales. Más adelante vendrían los acontecimientos rusos y la
eliminación de los anarquistas por los bolcheviques. En ese contexto los
intentos de crear una organización específica ácrata retomaron nuevas fuerzas.
También se abrió un debate teórico. De ellos terminaría naciendo el
anarcosindicalismo. En ambos participó Sánchez Rosa y se dejó algunas plumas.
Defendió tanto la participación de los anarquistas en los sindicatos, frente a
quienes propugnaban su abandono, como denunció los peligros que suponían, para
la propia revolución, la estructura de poder, y las sinergias que originaban.
Hasta comienzos de 1919 Sánchez Rosa actuó dentro de la
CNT y fue representante suyo en actos tan destacados como en
el primer congreso de la federación andaluza. También defendió la permanencia
de los anarquistas en el sindicato en la conferencia nacional que los grupos ácratas
celebraron en Barcelona. Como consecuencia de las huelgas de inquilinos, en
marzo, fue desterrado a Extremadura. Cuando regresó las hostilidades
estallaron. El motivo fue el destino poco claro que se le había dado a un dinero
enviado desde Cataluña para ayudar a los sindicatos sevillanos y al uso de la violencia
de algunos militantes cenetistas. Pronto al enfrentamiento se suma las descalificaciones
personales. Del deterioro de la situación fueron muestras la ausencia de Sánchez
Rosa del congreso del teatro de la
Comedia de Madrid, en diciembre de 1919, y la publicación de Discordancias de bronce.
El hecho que terminó rompiendo sus relaciones con la
CNT fue el texto que escribió en respuesta a las afirmaciones
que Ángel Pestaña y Salvador Seguí habían hecho en el Ateneo de Madrid en las
que aseguraban que la única organización e ideas revolucionarias eran las
sindicalistas.
A mediados de 1920
Sánchez Rosa fue apartado oficialmente de la
CNT andaluza en medio de una lluvia de insultos y
descalificaciones personales. Cochino y canalla estaban entre las más suaves. A
partir de estos momentos abandonó cualquier relación pública con el cenetismo.
Se retiró a la militancia anarquista. De los grupos andaluces fue representante
en el congreso nacional celebrado en marzo de 1923
en Madrid. Continuó con su tarea pedagógica en la escuela de la
calle Enladrillada y acudiendo a los actos y mítines a los que era invitado. La
proclamación de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera le supuso
nuevas detenciones, encarcelamientos y destierros. En septiembre de 1924, a la vez que eran
ilegalizados los sindicatos sevillanos, fue detenido y trasladado a la prisión
de Murcia. Casi un año permaneció en la cárcel levantina hasta que a mediados
de 1925 fue
liberado y regresó a Sevilla. Sobrepasaba ampliamente los 60 años y se mantuvo
al margen de la reorganización sindical y de la creación de la
FAI. Conocería los movimientos pero no participó. El
anarquismo y el sindicalismo de la
Segunda República sería obra de generaciones más jóvenes.
De todas formas continuó siendo un referente
del anarquismo sevillano al que las autoridades no perdían de vista. Tampoco sus
antiguos compañeros de militancia. Las autoridades republicanas lo mantuvieron
vigilado y estuvo entre los candidatos para ser deportado a las colonias
africanas en 1932. Llegó
a estar encerrado en la fortaleza militar de Santa Catalina en Cádiz. Año en el
que, también fue de nuevo detenido en el transcurso de los sucesos conocidos
como «las bombas de mayo». A la vez, olvidadas las viejas rencillas de una
década antes, el 1 de
mayo fue uno de los oradores del mitin que la
CNT sevillana celebró en el cine Oriente de la calle Luis
Montoto, y en julio acompañó a Ángel Pestaña, secretario nacional de la
CNT, en su visita a la ciudad. Un artículo defendiendo a los
campesinos procesados en 1932 fue
su último testimonio de actividad pública: apareció en el diario madrileño CNT en octubre de 1933
y se titulaba «Paso libre a la anarquía».
El artículo terminaba afirmando que, a pesar
de sus setenta años, estaba seguro de que iba a ver concretizarse el ideal anarquista.
No se equivocó. Si no llegó a conocerlo fue porque el golpe de Estado del 18 de julio de 1936
le cogió en Sevilla. Ocupada la ciudad, fue secuestrado de su casa
en la plaza de la Mata
por un grupo paramilitar encabezado por Enrique Barrau Salado. Enfermo lo
subieron al camión en el que se apilaban parte de las pertenencias que le
habían robado y trasladado al hotel Inglaterra, en la plaza Nueva, en donde los
carlistas habían montado su cuartel y checa. Seguramente de allí salió la
madrugada del 1 de
agosto para ser asesinado en la tapia del cementerio sevillano.
* De “Discordancias
de bronce. Nuestra opinión sobre el sindicalismo”. Folleto editado a propósito
del 150º aniversario de su nacimiento. (RMHSA-CGT.A. 2014)