PRIARANZA DEL BIERZO (LEÓN).- El 23 de octubre de 2000 “a eso de las once, el operador de la excavadora anunció que al meter el cazo en la tierra había notado un cambio de densidad. Cuando sacó la pala sobre la tierra, había una bota”, Emilio Silva Barrera relata así en el libro Las fosas de Franco, escrito junto a Alejandro Macías, el momento en que se abría la esperanza para recuperar los restos de su abuelo, Emilio Silva Faba, ejecutado sin juicio y enterrado en una fosa común de Priaranza del Bierzo en octubre de 1936. Ese día comenzó una batalla, todavía inconclusa, de los familiares de decenas de miles de asesinados por el franquismo, 140.000 según los trabajos más recientes, para recuperar sus restos enterrados en fosas comunes.

Emilio Silva Faba emigró a Argentina y luego a Estados Unidos, a su regreso montó la tienda de ultramarinos La Preferida en Villafranca del Bierzo, se casó con Modesta Santín y tuvo seis hijos. Hombre de izquierda moderada, afiliado de Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña, su mayor anhelo político era una escuela pública y laica en un pueblo donde solo había escuelas religiosas. En una foto de la época, una manifestación pasa por el puente del pueblo y un niño, el padre de Emilio Silva Barrera, lleva un pancarta en la que se lee: “Queremos un grupo escolar. ¡Viva Azaña!”.

Tres días después del comienzo de la sublevación franquista, tropas insurrectas gallegas al mando del comandante Jesús Manso Rodríguez tomaron Villafranca del Bierzo. Antes de proseguir su marcha hacia Ponferrada y dejar el control de la localidad en manos de la Falange, los sublevados realizaron la primeras detenciones, entre otros Emilio Silva, que posteriormente fue puesto en libertad por la mediación de algunos vecinos. Los presos fueron conducidos al actual Parador de San Marcos de León, en aquel momento centro de detención y ejecución de la provincia.

Los falangistas habilitaron dos cárceles en Villafranca y durante los meses de agosto septiembre y octubre ejecutaron a 162 civiles. El 16 de octubre, Emilio Silva recibió una notificación para que se presentara en el ayuntamiento, donde estaba localizado uno de los centros de detención, la familia ya no supo nada de él. Al día siguiente, dos cuñados alquilaron un coche y recorrieron la comarca en su busca sin resultado, aunque tuvieron noticia de una ejecución de catorce personas en Priaranza del Bierzo, entre las que se encontraba un hombre que respondía a la descripción del desaparecido.

Emilio Silva Barrera ha conseguido reconstruir el trágico viaje de su abuelo: “Aquel 16 de octubre, el calabozo del Ayuntamiento de Villafranca del Bierzo estaba a rebosar. Entrada ya la noche, un camión de gaseosas Olarte y un coche con cuatro pistoleros se detuvieron frente a la puerta de la alcaldía. Varios hombres fueron introducidos en el camión que inmediatamente tomó rumbo a Ponferrada, seguido por el otro vehículo en el que viajaban los falangistas armados”.
Fosa común de Priaranza del Bierzo cedidas por la ARMH
Fosa común de Priaranza del Bierzo cedidas por la ARMH
El convoy enfiló la antigua carretera N-VI, actualmente la León-713, para dirigirse a Ponferrada en cuya cárcel recogieron al hijo de un guardia civil que estaba preso ahí y al que los falangistas locales no se atrevían a ejecutar. En algún punto del recorrido, hicieron otra parada para apresar a otro hombre al que sacaron de la cama en ropa interior. El camión y el coche siguieron por la carretera de Orense y se detuvieron a la entrada de Priaranza.

Cuando los falangistas descorrieron la lona del camión, dos detenidos saltaron del remolque y echaron a correr. A uno consiguieron abatirlo, el otro, Leopoldo Moreira, consiguió huir y permaneció oculto en el monte casi un año hasta que el 16 de agosto de 1937 fue detenido por los un grupo faccioso y ejecutado. Afortunadamente, antes de morir contó lo sucedido durante la madrugada del 17 de octubre a varias personas, entre otras a Modesta Santín que “guardo todo lo que conoció en aquel encuentro clandestino en lo más profundo de su corazón y nunca comentó nada”.

Cuenta Emilio Silva Barrera que la reconstrucción de los hechos llegó por varias vías: “Con el paso de los años, los hijos fueron recogiendo fragmentos de aquella historia, frases cazadas al vuelo, insinuaciones de personas que sabían más o menos, y que fueron recomponiendo parte del rompecabezas”. El primero en buscar la tumba del padre fue el hijo mayor, Emilio Silva Santín, en la década de los cincuenta. Luego, una vez muerto Franco, Manuel Silva, el último hijo que vio con vida a su padre, localizó el lugar de la fosa e hizo un plano de la localización. Al filo del cambio de milenio, otro de los hijos, Ramón, y el nieto, Emilio, continuaron y culminaron las gestiones “para recuperar aquello restos y darles una sepultura digna junto a los de mi abuela”.

Aunque con anterioridad se habían realizado algunas exhumaciones de fosas, la de Piaranza fue la primera realizada con métodos científicos y en la misma participaron tres arqueólogos, Julio Vidal, Mari Luz González y Venancio Carlón; una antropóloga forense, Maria Encina Prada; el catedrático de medicina forense, Francisco Etxebarría, y un grupo de voluntarios. También estuvo presente Francisco Cubero, un joven simpatizante de la Juventudes Socialistas al que los fascistas obligaron a enterrar a los muertos.
"Estábamos comenzando a poner las cosas en su sitio, a obtener una isla de justicia histórica en aquel inmenso océano del olvido de aquellos hombres que con sus ideas y con su trabajo político habían construido la primera democracia que había existido en España”
La apertura de la fosa confirmó la presencia de restos de trece hombres, Cubero explicó que la familia del que hacía número catorce pagó para poder desenterrar y trasladar el cuerpo al día siguiente de la ejecución. El análisis forense determinó que todos menos uno presentaban dos disparos en la cabeza. Fueron enterrados en una fosa de ocho metros de largo por uno de ancho.

El confirmación de que en aquel lugar estaba enterrado de su abuelo provocó en Emilio Silva una “triste satisfacción... Estábamos comenzando a poner las cosas en su sitio, a obtener una isla de justicia histórica en aquel inmenso océano del olvido de aquellos hombres que con sus ideas y con su trabajo político habían construido la primera democracia que había existido en España”. Y así fue, el eco de lo sucedido en Priaranza saltó enseguida las montañas que rodean el Bierzo, un reguero de dignidad se extendió por toda la península, al poco tiempo se fundó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y las exhumaciones se multiplicaron.

Por fin se había superado el silencio impuesto por cuarenta años de dictadura en el que la existencia de las fosas comunes “era un secreto que se susurraba en las cocinas o en la oscuridad de las alcobas”. La transición, con el espantajo permanente de la involución y la presión de los llamados poderes fácticos, tampoco tuvo un ápice de generosidad con los desaparecidos.

Emilio Silva apunta que el miedo “ha sido uno de los grandes elementos con los que ha jugado el poder político tras la muerte de Franco. Un miedo que ha llegado hasta nuestros días sin que una clara voluntad política haya tratado de erradicarlo”. Incluso la Ley de Memoria Histórica de 2007 es tibia y su aplicación ha provocado y provoca no pocas resistencias, cuando no la oposición frontal del Partido Popular.

La ONU en un informe de agosto de 2014 dice que España carece de "una política de Estado en materia de verdad, no existe información oficial, ni mecanismos de esclarecimiento de la verdad”; rechaza que el modelo que se sigue para las exhumaciones supone una privatización de las mismas al delegar esa responsabilidad en las víctimas y asociaciones, y critica la interpretación restrictiva de la Ley de Amnistía que niega el acceso a la justicia y que impide cualquier tipo de investigación.

En paralelo, para laS víctimas de los vencedores en la contienda sí que hubo Memoria Histórica que se reflejó en siete leyes, 4 reales decretos, 6 decretos y 24 órdenes, una memoria que se prolongó hasta 2014 con la colaboración del Ministerio de Defensa en la repatriación de restos de voluntarios españoles que combatieron junto a las tropas de Hitler en el frente ruso. Un recuerdo en que también ha colaborado estrechamente la Iglesia católica con la beatificación de religiosos asesinados, al tiempo que ha menospreciado el recuerdo de los republicanos enterrados en las cunetas.

InformeS elaborados por expertos señalan que al acabar la contienda el franquismo no reparó en gastos para recuperar su memoria con la búsqueda de sus muertos; la exhumación, traslado e inhumación de sus combatientes muertos en campaña; la búsqueda de sus desaparecidos; la inscripción en el Registro Civil como fallecido o desaparecido de sus combatientes; la concesión de pensiones y subsidios a familiares de los fallecidos; la concesión de subsidios para los excombatientes y sus familias, y jornales, pensiones y privilegios para los miembros de la División Azul. Para sufragar el coste de estas actuaciones se creó un impuesto sobre el consumo y para controlar su ejecución se creó una estructura de inspección en la totalidad de las cabeceras de los partidos judiciales y en las capitales de provincia.

En los treinta kilómetros escasos que separan por carretera el Ayuntamiento de Villafranca de Priaranza y siguiendo el recorrido del camión de gaseosas Olarte se han localizado cuatro fosas con 14 desaparecidos en la curva de Magaz de la carretera LE-713 y dos más, con cinco restos, en Villalibre de la Jurisdicción, eso sin contar con los muertos arrojados al Sil desde el puente de esta última localidad. Para seguir el recorrido del convoy que condujo a la muerte a Emilio Silva y sus compañeros no hay sendero, es necesario seguir el trazado de las antiguas N-VI y N-120. A la entrada de Priaranza, en lugar donde estuvo la fosa una placa recuerda los hechos