lunes, 17 de septiembre de 2012

La Unión de actores se ha personado en la querella que instruye la jueza Argentina María Servini de Cubría

Extraido de ElPlural,com/A del Campo.

El actor Federico Añón sufrió tres muertes a causa de la represión franquista, la primera que le llevó a la tumba por la enfermedad de pulmón que contrajo en la cárcel; la siguiente la del olvido cuando le sacaron del nicho en el año 1960 por republicano, para arrojarlo a una fosa común. La tercera, la de la barbarie cuando la actual alcaldesa de Valencia ordenó cargar con una excavadora contra la fosa, dejando un reguero de huesos y calaveras. Su nieto se va a personar por él en la querella que instruye la jueza argentina María Servini de Cubría. También se adhiere al proceso la Unión de Actores para reivindicar la memoria de los artistas. Baste citar al tenor que murió fusilado cantando a Tosca o a la técnico de TVE detenida en los años 70 a la que apoyó Marsillach quien consiguió desesperar a un juez del TOP.




Federico Añón Lacasa fue un actor valenciano que trabajaba en la Compañía de Pepe Alba, junto a Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, grandes artistas de los años 20 y 30. Fue concejal de Cultura del Ayuntamiento de Gandía por Izquierda Republicana, había estudiado Económicas y arte dramático Dirigió también el denominado hospital militar de la Republica en Gandía. Una noche de 1939, ya terminada la guerra los militares le fueron a buscar a su casa. Le metieron en un furgón. Toda la calle le vio partir. Le habían delatado. Por sus ideas políticas y su colaboración con la cultura, Federico Añón fue a parar a la cárcel de San Miguel de los Reyes, en Valencia.



El tenor que murió cantando a Tosca

Su nieto, Raúl Puig Añón ha explicado a EL PLURAL.COM que le metieron en una celda con varios detenidos y cada dos o tres semanas sacaban a algunos para fusilarles hasta que solo quedaron Federico Añón y un famoso tenor. Se conocían de atrás. El día previo al de su fusilamiento, hicieron un pacto: Si no les fusilaban a los dos juntos, el condenado haría algo para despedirse del otro. Le tocó al cantante que ante el pelotón entonó el “Adiós a la vida de Tosca”. Nerviosos, los soldados no fueron capaces de disparar a tiempo y el artista murió agonizando cuando acabó el aria. “Mi abuelo había pensado en pronunciar un fragmento de “Tres sombreros de copa” de Miguel Mihura, si le tocaba primero a él”, narra Raúl Puig.



“Hemos acabado con suficientes Federicos”

No le mataron. Un teniente coronel le dijo le dijo entre risas: “ya hemos acabado con suficientes Federicos del mundo de las artes”. García Lorca había muerto. A Federico Añón le hicieron varias veces el paseíllo de la muerte para luego indultarle. Aún así consiguió crear una escuela de teatro dentro de la cárcel para los reclusos. Le conmutaron la condena por seis años y día de reclusión que se convirtieron en siete. Su hija se recuerda a sí misma con tres años y una pegatina pegada en su vestidito que indicaba “hija de Federico Añón”, ella sola en medio del patio de la cárcel buscando a su padre junto a centenares de niños. Era el día de la Merced, la patrona de los reclusos, el único día del año que los pequeños podían visitar a sus padres presos. Federico salió en libertad en 1947 para morir en casa en 1952 de pleuritis. La humedad del penal y un asma crónica sin tratar acabaron con él. Fue enterrado con normalidad en un nicho de la Sección 7ª derecha del Cementerio General de Valencia.



La barbarie que ordenó Rita Barberá

El día de la boda de la hija, en 1960, la familia fue depositar el ramo de la novia ante su lápida. La sorpresa fue mayúscula: Los nichos estaban devastados, el suyo y el de más gente alrededor. Todos ellos eran republicanos. Decían que la municipalidad necesitaba mas espacio y así, los restos de los no adictos al régimen fueron a parar a una fosa común de fusilados. Ese fue el segundo asesinato de Federico, el de la memoria. Pero no acabó ahí: su tercera muerte, la originada por la barbarie, vino por orden del Ayuntamiento de Valencia cuya alcaldesa es Rita Barberá . Se ordenó levantar con excavadoras la fosa común para conseguir más espacio. El Tribunal Superior de Justicia paró las obras. Hoy, una valla tapa a la vista un enorme montículo de arena sembrado de calaveras y restos diseminados.



En manos de la político-social

También en tiempos más recientes, miembros del colectivo de actores y personas que intervienen en la realización de obras teatrales, musicales o audiovisuales han vivido represalias del franquismo. La Unión de Actores, ha decidido sumarse en su nombre a la querella que instruye la jueza María Servini de Cubría. Es el caso de Carmen que narra su experiencia en los años setenta: “En el año 1972 yo trabajaba en TVE y en febrero, dos hombres de la Brigada politico-social, entraron en mi lugar de trabajo y me llevaron a la Dirección General de Seguridad. Afortunadamente mi ayudante estaba presente y gracias a que ella les avisó, mi familia pudo enterarse de que me habían llevado detenida”.



El testigo Marsillach desesperó al juez del TOP

La acusaban de pertenecer al Partido Comunista. “Junto a mí detuvieron a otros cinco compañeros Después de tres días en la DGS interrogándome y un día en Salesas, salí de allí acusada de pertenecer al PC, aunque no pudieron probar nada. Me despidieron de televisión y me juzgaron en el Tribunal de Orden Público. Tenia que presentarme en comisaria dos veces por semana”. Carmen recuerda a pesar del dramatismo de la situación, que gracias a algunos compañeros el juicio en el Tribunal de Orden Público tuvo algunas características de comicidad. “Adolfo Marsillach que era uno de los testigos, hizo toda una representación, que más parecía una obra de teatro que un juicio; el juez se subía por las paredes y al final desalojó la sala y no dejó que el testigo acabase.”



El miedo constante

Tras la detención y el despido laboral, Carmen vivió serios problemas económicos. A la dificultad para encontrar un nuevo trabajo se sumó el rechazo de muchos compañeros, “en aquella época el temor a la Brigada Social era terrible y desgraciadamente justificado, y mucha gente huía como si de un apestado se tratara de quien pudiera “comprometer” o hacer sospechar de sus simpatías ideológicas”. Rocío Mostaza, de la Unión de Actores, apostilla: “El gremio de actores, artistas y profesionales del teatro y el cine sufrió en carne viva los atropellos y crímenes del franquismo durante y después de la guerra civil. Por ellos nos sumamos a la querella”.

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