Extraido de Público.es
Nadie puede asegurar con certeza cuántos represaliados habitaron el campo de concentración de Albatera. La Hoja Oficial de Alicante (28/IV/1939) cifraba en 6.800 los presos, sin embargo, los reclusos que consiguieron salvar la vida hablan de un mínimo de 15.000 personas. José Eduardo Almudéver, que tenía 19 años por aquel entonces, habla de 17.000 personas. El menú de los presos sí que está más claro. “Una lata de sardinas para cada tres personas y un trozo de pan para cada cinco. Eso sí, no todos los días. Sólo cuando se acordaban”, relata José Eduardo.
El campo estuvo abierto durante ocho meses. Hasta noviembre del 39. Entonces, los presos que quedaban fueron traslados a los centros penitenciarios de sus lugares de origen. La visita de Ernesto Giménez Caballero no fue la única que recibieron los presos. El segundo domingo de abril visitó el campo, según recuerda Almudéver, el párroco de Albatera, quien acompañado de cuatro militares “limpió los bolsillos” de todos los presos.
José Eduardo Almudéver recuerda su primer día en el campo de concentración“Nos robó todo lo que teníamos encima. A mi me quitó la pluma estilográfica, lo único que tenía encima. Recuerdo que me dijo: 'Esto no es para un alfabeto como tú'. El cura ni siquiera sabía decir la palabra analfabeto. Según la Biblia, Dios creó el domingo para no trabajar. El cura vino a robarnos ese mismo día”, ironiza Almudéver, quien señala que lo más sangrante no fue ya el robo sino que al día siguiente el cura publicó en el boletín parroquial que los presos republicanos habían donado por su propia voluntad dinero y joyas por valor de tres millones de pesetas.
La zanja
Julián Ramos recuerda como su padre, Juan Ramos, le contaba una y otra vez lo que vivió en el campo de Albatera. Juan sólo tenía 14 años y su único delito era ser el hijo del alcalde socialista de San Bartolomé de las Abiertas (Toledo). “Mi padre nos ha contado mil veces la historia de la zanja. Los militares ordenaron a los presos cavar una zanja para hacer sus necesidades junto a la verja de salida. Entonces, cuando los presos se acercaron la primera noche a hacer sus necesidades fueron ametrallados en aplicación de la ley de fugas”, recuerda Ramos para Público.
Aunque la experiencia más traumática para el padre de Julián no fue tener que hacer sus necesidades encima durante la noche para no morir ametrallado. Juan recordaba a su hijo que estuvieron ocho días sin recibir ni una gota de agua. “Al octavo día, según me contó, llegó un camión cisterna que comenzó a regar todo el campo. Los presos tuvieron que beber el agua de los charcos mientras eran filmados por los militares”, relata Julián, que señala que entre esos militares, según los recuerdos de su padre, había soldados alemanes.
Las 'sacas'
Con el paso de los días, los militares fueron identificando a la población reclusa y enviando cartas a sus ayuntamientos de origen informando de que el preso estaba en el campo de Albatera. José Eduardo recuerda que casi todos los días llegaba gente de Falange para llevarse a algún preso. Muchos no llegaban a su ayuntamiento de destino. Otros sí. Entre los presos este hecho era conocido como las 'sacas': “sácame a este de aquí”.
María Muñoz recuerda como su padre fue'paseado' por Móstoles
Este es el caso de Gerardo Muñoz, maestro de profesión y simpatizante de Izquierda Republicana. El ayuntamiento de Móstoles lo reclamó y los militares del campo de concentración lo enviaron a la ciudad donde trabajaba... en un ataúd. Su historia la recuerda Celia Muñoz, su hija, quien tenía 15 años cuando vio como su padre era 'paseado' por toda la ciudad a golpes por los militares, con todo el pueblo mirando para que cundiera el ejemplo y como después era atado a un balcón para mayor humillación de la familia.
“Tras pasearlo lo encerraron en la cárcel de Yeserías. Allí fui a visitarlo el 23 de junio. Con la cantidad de presos que había, los gritos y los lamentos fue imposible hablar con él. Casualmente reconocí a uno de los guardias de la prisión. Había sido director de una colonia de verano donde me enviaron durante la guerra. El director me prometió que al día siguiente nos concedería a los hermanos una visita a solas con él. A las 7.00 horas del 24 de junio fuimos a verle. Ya lo habían fusilado”, recuerda a Público Celia Muñoz.
El campo, sin localizar
Cuando en noviembre de 1939 el régimen de Franco decidió cerrar el campo de concentración, los encargados del mismo destruyeron toda la documentación existente sobre el mismo. No queda ni un rastro oficial del mismo. La coordinadora de asociaciones de memoria histórica de Alicante, Juanjo Martínez, está tratando de elaborar un listado con los presos. De momento, sólo ha podido localizar a cerca de 700. La única bala que les queda en la recámara es el Tribunal de Cuentas, quien debió autorizar partidas de gasto para el mantenimiento del campo de concentración.
La ubicación exacta del campo también es difícil de precisar. Hasta el momento y gracias a los supervivientes han conseguido ubicar donde estaba la cocina. “Cuando abandonaron el campo lo mandaron repoblar con palmeras para que no dejar ni rastro. Pretendían que el campo de concentración fuera olvidado, como si nunca hubiese existido”, señala a Público Juanjo Martínez, presidente de la coordinadora. Sin embargo, las torturas y desgracias que se llevaron a cabo no se borraron de la mente de los represaliados. Torturados en el campo de la desmemoria.
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