jueves, 2 de enero de 2014

Que su nombre no se borre de la Historia

Extraído de Público.es

David Jorge
Profesor de la Wesleyan University (Connecticut, Estados Unidos)
Con la entrada del nuevo año se ha ido Concha Carretero. Compartió compromiso y prisión con las Trece Rosas. Yaciendo inconsciente en la cárcel de Ventas tras ser torturada, se libró de la misma suerte trágica aquel 5 de agosto de 1939. Más tarde, condenada a muerte por el régimen de Franco, las inocentes carantoñas de su hija (de apenas un año de edad) a quienes juzgaban a su madre probablemente (ella estaba convencida) le valieron la absolución. Contó muchas cosas, pero calló otras que nunca se pueden superar.
Me despedí de ella a finales de junio, y dado que iba a estar un largo período lejos de España, lo hice consciente que ésta vez sí podía ser para siempre. Las conversaciones vía telefónica que tuvimos desde entonces incrementaron tal intuición. Se le habían terminado las energías físicas, aunque no las ganas de vivir. El cuerpo dejó de funcionarle, aunque no la cabeza. Y sí, como ella siempre insistía, murió con las botas puestas: preocupada por un futuro que hiciese que la lucha pasada hubiera valido la pena, y obsesionada con que las nuevas generaciones recogiesen el testigo de una lucha por un mundo mejor, más justo y más solidario. No encuentro mayor ejemplo de lucha honesta y, por encima de todo, bondadosa. Y no debe de resultar tarea sencilla conservar una bondad sin límites después de haber sido testigo de lo peor en lo que puede llegar a  convertirse la especie humana.
Tiempo atrás, nuestra común amiga Kajsa Larson me invitó a dar una conferencia durante el próximo mes de abril en su universidad acerca de mi relación con Concha y la importancia de su testimonio. Sin ánimo para escribir más que estas breves líneas, remito al resumen enviado en fecha reciente para dicha ponencia en Estados Unidos.
Hasta siempre, querida Concha.
“Hablar con Concha Carretero es hablar literalmente con lo que se denomina memoria histórica. Su memoria personal es, desde luego, histórica y de una precisión inigualable: su conocimiento del callejero de Madrid, así como del lugar y fecha exacta donde sucedió cada acontecimiento narrado, constituye un auténtico lujo referencial y ambiental para la reconstrucción de los hechos. Nuestra protagonista encarna mejor que nadie el concepto de memoria histórica, tal y como es concebido en la sociedad española el movimiento iniciado hace aproximadamente una década. Sin duda, una fecha demasiado tardía para la mayor parte de los testimonios directos (y la memoria no deja de ser, en su esencia misma, una propiedad individual, con independencia de las consideraciones sobre su transmisión).
Cárcel, tortura, humillación, miseria, impotencia, miedo… Para el muy variado arco de antifascistas, tal no era el Madrid de la guerra, sino el de la paz de Franco; es decir, el Madrid de la Victoria. La expresión de sus ojos, permanentemente tristes a la par que esperanzados, atestigua la huella del período más traumático de la Historia de España. Encima de uno de ellos se puede apreciar una marca concreta de tal testimonio, en forma de una cicatriz ya muy atenuada por el paso del tiempo. Es el recuerdo que le dejó uno de los diversos interrogatorios a los que tuvo que hacer frente. El escenario del más brutal de ellos fue una dependencia policial situada enfrente al Congreso de los Diputados, símbolo de una democracia imperfecta (y que no se ha perfeccionado, reforzado y legitimado a lo largo de los años, principal necesidad de cualquier sistema democrático), pero que costó demasiadas décadas y sangre traer de vuelta.
La propina de vida que representa su longevidad ha proporcionado a Concha la mayor de las recompensas que podía pedir a su infatigable lucha: la oportunidad de reivindicar la memoria de los compañeros de lucha caídos en la resistencia al franquismo. Ello le ha proporcionado una sensación de deber cumplido que representa el mejor calmante posible  para cicatrizar (nunca borrar) las hirientes huellas del pasado. Sin duda, su amiga Julia Conesa, emblema de las Trece Rosas, estaría muy orgullosa de la labor que está desarrollando Concha en esta prórroga vital, con el fin de que su nombre no se borre de la Historia. Ella representó el último testimonio directo capaz de acometer tal tarea.
Y es que hablar de Concha Carretero es hablar de la represión franquista y de la valiente resistencia por parte de aquellos que lucharon, con dignidad y tejidos los unos a los otros con admirables lazos de solidaridad, por un ideal de libertad y de justicia. Es también hablar de aquellos a los que las democracias occidentales dejaron tirados en la cuneta de la Historia en dos ocasiones: durante la Guerra de España (1936-1939) y tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Si para cumplir el deseo de Julia Conesa nuestra protagonista era quien mejor podía desempeñar dicha tarea, que semejante injusticia tampoco se borre de la Historia es ya tarea de los historiadores.” 

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