FÉLIX POBLACIÓN./ Público.es
La noticia de que los restos de Federico García Lorca no se encuentran en Alfacar (Granada), tal y como desde hace más de 40 años sostenían algunas reputadas investigaciones históricas, vino a coincidir con la firma de unos convenios entre el Ministerio de Justicia y siete comunidades autónomas para diseñar un mapa de fosas, previsto en la Ley de Memoria Histórica. Según esos convenios, el departamento de Justicia y los gobiernos autonómicos firmantes establecerán unos parámetros comunes en todo el país para verificar ese mapa y crear una base de datos sobre la ubicación de las fosas y sus características, entre las que se consignará –si es posible– la identidad de las personas enterradas. La Plataforma de Víctimas de Desapariciones Forzadas por el Franquismo presentó en su día al juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, una lista con los nombres de los 143.353 desaparecidos, de los que 42.131 corresponden a Andalucía, con el nombre de García Lorca a la cabeza de tanta masacre.
El hecho de que los restos del poeta de Granada, así como los de quienes le acompañaron en su trágico final, no hayan aparecido en el lugar donde se los ubicaba, ha venido a rescatar teorías varias acerca de su enterramiento. Ian Gibson, que con Agustín Penón se basaba en el testimonio directo de Manuel Castilla (el enterrador) para suponer que el lugar era Alfacar, se inclina ahora por otra teoría verosímil, la aportada por el ex vicepresidente de la Diputación de Granada hace un año. Según Ernesto Molina, durante la construcción del parque Federico García Lorca, en 1986, fueron hallados restos humanos. La única información aportada al respecto, según Gibson, habla de que esos huesos fueron enterrados en otro lugar del parque, sin más pormenores.
Otra alternativa que se baraja es la ampliación del ámbito de investigación a una zona próxima conocida como El Caracolar, que se encuentra a sólo medio kilómetro del lugar donde la búsqueda no tuvo éxito, y que según el ex presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, el historiador González Arroyo, podría dar resultados positivos. No faltan entre las hipótesis la que se inclina por la posibilidad de que las autoridades franquistas llegaran a exhumar el cadáver del poeta en connivencia con sus familiares, que como se sabe se resistieron en un principio a que se llevaran a cabo los trabajos de búsqueda. Hay también suposiciones que sitúan los restos en el Valle de los Caídos, como los de tantas otras víctimas republicanas trasladados hasta allí por sus verdugos. Puestos a especular, hasta se ha mentado la teoría novelesca desarrollada por Fernando Marías en su libro La luz prodigiosa: García Lorca, después de haber sobrevivido a su fusilamiento, habría acabado su existencia muchos años después, de muerte natural, en el convento de monjas donde viviría enfermo de amnesia hasta 1951.
Señalaba Azaña, con motivo del traslado de los restos del escritor Ángel Ganivet –que se suicidó en Finlandia–, y sin saber que su destino post mortem también podría haber sido el mismo, el morbo histórico que caracteriza a los españoles en esa inerte materia, hasta el punto de afirmar don Manuel: “Lo primero que se hace con los hombres ilustres es desenterrarlos.
En España la manía de la exhumación sopla a ráfagas”. Manuel Azaña fue enterrado en el cementerio de Montauban (Francia), localidad donde falleció bajo las penalidades de la gran diáspora republicana, y el poeta granadino no tiene todavía lápida que identifique su sepulcro. Esas dos circunstancias reflejan respectivamente, en las figuras de dos grandes personalidades de nuestra cultura, el destino de miles de republicanos muertos en el exilio y el de tantos otros enterrados en las fosas del olvido y para los que tan dilatada y laboriosa está siendo la justa reparación de su memoria, 30 años después de la muerte del dictador.
Manuel Vicent, en su columna de contraportada en El País el pasado domingo, calificaba como una gran ingenuidad “no sospechar que el franquismo hizo todo lo necesario para evitar que el cuerpo de García Lorca fuera un día rescatado, dejándolo a un metro bajo tierra a merced de cualquiera que pudiera levantarlo como una bandera”. Esa creencia, en efecto, es muy propia del nacional-catolicismo que apoyó aquella desalmada cruzada –de la que sigue haciendo enseña la Iglesia de nuestros días con el beaterio de sus mártires–, por lo que no sería de extrañar que los verdugos la aplicasen como prevención para erradicar toda trascendencia de ese tipo sobre el cadáver desaparecido del poeta.
Federico García Lorca fue ejecutado durante aquel sangriento verano de 1936. Fueron, en total, en torno a 5.000 los granadinos que siguieron igual suerte al término de la contienda. Por tratarse de una de las figuras más sobresalientes de nuestra cultura, su asesinato tuvo una amplia repercusión como prueba fehaciente de la barbarie franquista, que ni siquiera reparó en la posibilidad de tales consecuencias. Si el de Lorca fue entonces el nombre de cabecera para simbolizar ante el mundo el carácter de una represión brutal y despiadada, cabe vincular ahora la ausencia de los restos del poeta –al menos allí donde se esperaba encontrarlos– con la de esos más de 100.000 víctimas que siguen desaparecidas en las fosas sin seña de España. Con ello, el nombre del más universal de nuestros poetas recobra, reforzada por esas circunstancias, la dimensión que a su muerte le dio el conmovedor poema de don Antonio Machado, tan perspicaz al abrazar con sus versos la necesidad de nuestra memoria histórica: “Se le vio caminar… Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”.
Félix Población es periodista y escritor
Ilustración de Juan Ossorio
La noticia de que los restos de Federico García Lorca no se encuentran en Alfacar (Granada), tal y como desde hace más de 40 años sostenían algunas reputadas investigaciones históricas, vino a coincidir con la firma de unos convenios entre el Ministerio de Justicia y siete comunidades autónomas para diseñar un mapa de fosas, previsto en la Ley de Memoria Histórica. Según esos convenios, el departamento de Justicia y los gobiernos autonómicos firmantes establecerán unos parámetros comunes en todo el país para verificar ese mapa y crear una base de datos sobre la ubicación de las fosas y sus características, entre las que se consignará –si es posible– la identidad de las personas enterradas. La Plataforma de Víctimas de Desapariciones Forzadas por el Franquismo presentó en su día al juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, una lista con los nombres de los 143.353 desaparecidos, de los que 42.131 corresponden a Andalucía, con el nombre de García Lorca a la cabeza de tanta masacre.
El hecho de que los restos del poeta de Granada, así como los de quienes le acompañaron en su trágico final, no hayan aparecido en el lugar donde se los ubicaba, ha venido a rescatar teorías varias acerca de su enterramiento. Ian Gibson, que con Agustín Penón se basaba en el testimonio directo de Manuel Castilla (el enterrador) para suponer que el lugar era Alfacar, se inclina ahora por otra teoría verosímil, la aportada por el ex vicepresidente de la Diputación de Granada hace un año. Según Ernesto Molina, durante la construcción del parque Federico García Lorca, en 1986, fueron hallados restos humanos. La única información aportada al respecto, según Gibson, habla de que esos huesos fueron enterrados en otro lugar del parque, sin más pormenores.
Otra alternativa que se baraja es la ampliación del ámbito de investigación a una zona próxima conocida como El Caracolar, que se encuentra a sólo medio kilómetro del lugar donde la búsqueda no tuvo éxito, y que según el ex presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, el historiador González Arroyo, podría dar resultados positivos. No faltan entre las hipótesis la que se inclina por la posibilidad de que las autoridades franquistas llegaran a exhumar el cadáver del poeta en connivencia con sus familiares, que como se sabe se resistieron en un principio a que se llevaran a cabo los trabajos de búsqueda. Hay también suposiciones que sitúan los restos en el Valle de los Caídos, como los de tantas otras víctimas republicanas trasladados hasta allí por sus verdugos. Puestos a especular, hasta se ha mentado la teoría novelesca desarrollada por Fernando Marías en su libro La luz prodigiosa: García Lorca, después de haber sobrevivido a su fusilamiento, habría acabado su existencia muchos años después, de muerte natural, en el convento de monjas donde viviría enfermo de amnesia hasta 1951.
Señalaba Azaña, con motivo del traslado de los restos del escritor Ángel Ganivet –que se suicidó en Finlandia–, y sin saber que su destino post mortem también podría haber sido el mismo, el morbo histórico que caracteriza a los españoles en esa inerte materia, hasta el punto de afirmar don Manuel: “Lo primero que se hace con los hombres ilustres es desenterrarlos.
En España la manía de la exhumación sopla a ráfagas”. Manuel Azaña fue enterrado en el cementerio de Montauban (Francia), localidad donde falleció bajo las penalidades de la gran diáspora republicana, y el poeta granadino no tiene todavía lápida que identifique su sepulcro. Esas dos circunstancias reflejan respectivamente, en las figuras de dos grandes personalidades de nuestra cultura, el destino de miles de republicanos muertos en el exilio y el de tantos otros enterrados en las fosas del olvido y para los que tan dilatada y laboriosa está siendo la justa reparación de su memoria, 30 años después de la muerte del dictador.
Manuel Vicent, en su columna de contraportada en El País el pasado domingo, calificaba como una gran ingenuidad “no sospechar que el franquismo hizo todo lo necesario para evitar que el cuerpo de García Lorca fuera un día rescatado, dejándolo a un metro bajo tierra a merced de cualquiera que pudiera levantarlo como una bandera”. Esa creencia, en efecto, es muy propia del nacional-catolicismo que apoyó aquella desalmada cruzada –de la que sigue haciendo enseña la Iglesia de nuestros días con el beaterio de sus mártires–, por lo que no sería de extrañar que los verdugos la aplicasen como prevención para erradicar toda trascendencia de ese tipo sobre el cadáver desaparecido del poeta.
Federico García Lorca fue ejecutado durante aquel sangriento verano de 1936. Fueron, en total, en torno a 5.000 los granadinos que siguieron igual suerte al término de la contienda. Por tratarse de una de las figuras más sobresalientes de nuestra cultura, su asesinato tuvo una amplia repercusión como prueba fehaciente de la barbarie franquista, que ni siquiera reparó en la posibilidad de tales consecuencias. Si el de Lorca fue entonces el nombre de cabecera para simbolizar ante el mundo el carácter de una represión brutal y despiadada, cabe vincular ahora la ausencia de los restos del poeta –al menos allí donde se esperaba encontrarlos– con la de esos más de 100.000 víctimas que siguen desaparecidas en las fosas sin seña de España. Con ello, el nombre del más universal de nuestros poetas recobra, reforzada por esas circunstancias, la dimensión que a su muerte le dio el conmovedor poema de don Antonio Machado, tan perspicaz al abrazar con sus versos la necesidad de nuestra memoria histórica: “Se le vio caminar… Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”.
Félix Población es periodista y escritor
Ilustración de Juan Ossorio
YO,OS COMENTO QUE EN LA ZUBIA GRANADA,CALLE CAMPANAS EN MITAD DE LA CALLE A LA ALTURA DE UNA VENTANA ANTIGUA, EN LA CARRETERA HACE 7 AÑOS HABIA RECTOS HUMANOS Y GRANEOS,Y NOS DIJERON QUE SE TAPARAN CON TIERRA Y LUEGO SOLARON LA CARRETERA, LOS RECTOS HUMANOS SIGUEN ALLI, NO LO VEO JUSTO DEVERIAN LEVANTAR LA CALLE PARA SACARLO Y AVERIGUAR QUIEN SON, NO ESTAN ENTERRADO MUY PROFUNDOS Y LA CALLE ES ESTRECHA Y CORTA, AYUDAR PARA QUE LO SAQUEN DE ESA CALLE QUE SON PERSONAS A LO MEJOR DE LA GUERRA, GRACIAS
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