Localizados en ataúdes
nueve mineros que quisieron acabar con los planes de Queipo
20 de octubre de 2014
16:40
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SEVILLA // Los trabajos de exhumación en el
viejo cementerio de Camas (Sevilla) han sacado a la luz los restos de nueve
mineros muertos en una emboscada en su intento por reprimir la sublevación franquista en 1936. El hallazgo
ha sorprendido por la forma de enterramiento: los cuerpos están depositados en
ataúdes. “Es la primera vez que nos encontramos esto”, asegura el arqueólogo
que ha dirigido la exhumación, Andrés Fernández. Según la documentación del
archivo municipal, estos nueve mineros, que sufrieron disparos de fusil y
fueron afectados por la explosión de dinamita, recibieron la autopsia y fueron
posteriormente inhumados en féretros. La explicación del arqueólogo a esta singular
situación es que los funcionarios del Ayuntamiento debieron de seguir
trabajando hasta que los falangistas tomaron el pueblo: “Trataron a estos
mineros como a cualquier persona que moría: el forense hizo la autopsia y
encargaron los ataúdes al carpintero, por los que pagaron, como refleja la
documentación, 180 pesetas”, cuenta Fernández.
La columna salió de la cuenca onubense de manera
espontánea, con las pocas armas y explosivos que pudo reunir, hasta Sevilla,
donde Queipo de Llano acababa de iniciar su sangría. “Casi teníamos las
esperanzas perdidas y ha sido una gran felicidad encontrar a estos hombres”,
expresa el arqueólogo. Era la segunda vez que se disponían a buscarlos. Hace un
año, en la primera intervención en el cementerio -hoy un parque de educación
vial- no se halló rastro de ellos, aunque sí fueron localizadas las pruebas de
otro horror de la represión: cinco cuerpos con signos de violencia. Según la
investigación de Francisco Espinosa, de los hombres que formaron parte de
columna minera, 25 murieron en el momento y 68 fueron fusilados tras un consejo
de guerra, la mayoría enterrados supuestamente en el cementerio de Sevilla.
Los cuerpos de estos nueve mineros han sido
localizados en el lugar señalado en las actas de enterramiento, en una fosa de
siete metros de largo por dos de ancho, sobre la derecha del paseo central
mirando al norte. Sobre ella, fueron enterrados posteriormente niños y
neonatos. “Se solía hacer para ocultar el horror”, añade Fernández, que ha
trabajado día y noche en los últimos dos meses hasta dar con los mineros. Como
indican las autopsias, uno de los hombres, por ejemplo, tenía roto el globo
ocular y la mandíbula; en un cráneo se ha hallado un proyectil mauser; y dos no
tenían piernas. Uno de ellos es José Palma Pedrero, un hombre al que llevaban
buscando desde hace años sus únicas familiares directas vivas: Pilar Comendeiro
desde Argentina, y Nelly Bravo desde Nueva Jersey. Ambas son sus sobrinas.
“Nunca perdí la esperanza”, cuenta emocionada Pilar, aunque no estará totalmente
tranquila hasta que las pruebas de ADN aclaren la identificación final de los
huesos.
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