martes, 16 de abril de 2013

Las trágicas "casualidades" familiares durante la Guerra civil en Marchena, en... "Mariposas de Aceite" . Tercera Parte


Extraído de La Voz de Marchena

Las trágicas 'casualidades' familiares de la Guerra Civil en Marchena, en Mariposas de Aceite (3ª Parte)

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Les ofrecemos la tercera parte de este relato, que entra en un momento clave dentro de su propia historia y la de Marchena, ubicándose en 20 de julio de 1936, en pleno auge del Golpe de Estado en nuestra localidad. Un mundo de "Camisas viejas", chivatos por tres céntimos, docentes fusilados sin piedad y crueldad a límites extremos de un Jefe de Pelotón, albergan gran parte del contenido de esta desgarradora historia de la Marchena sumergida en el pánico sembrado por unos pocos.
Marchena,  20 de julio de 1936.
 En el antiguo cuartel de la Guardia Civil, sitiado en la calle Carrera, a unos cincuenta metros del Ayuntamiento, ubicado en la Plaza de la Constitución, acuden un determinado número de falangistas para secundar el  Golpe de Estado. En un principio no son bien recibidos y son hechos prisioneros por el  Comité de Defensa  en el Depósito de la Policía  Municipal.

 El cuartel se subleva y van a rescatar a los falangistas detenidos en el Depósito. Produciendo las primeras escaramuzas del Golpe de Estado.

Una guarnición de militares golpistas, procedente de Écija, entran en Marchena el veinte de julio de mil novecientos treinta y seis, encontrando el apoyo de los falangistas y de la Guardia Civil. El primer lugar que asedian es la Central Telefónica, haciéndose con el control de la comunicación.

Un bastión de republicanos, se posicionó en la Puerta de Morón haciéndole frente a la tropa insurgente, pero fueron derrotados, y los sublevados se hicieron con el control del lugar.

El último lugar donde se atrincheraron los republicanos fue en la sede del Centro Obrero, sitiado en la calle Pablo Iglesias. Al no poder aguantar el asedio franquista, deciden huir por la parte de detrás de la sede del Centro Obrero. Aun así,  por distintos puntos del pueblo de Marchena continúan los tiroteos.

Los falangistas marcheneros, conocedores de quienes eran adeptos al Régimen Republicano u otra ideología a favor de la libertad y la lucha por la clase obrera, inician la persecución represiva. La minuciosa trama llevada a cabo por los militares franquistas y falangistas da pronto sus frutos.

El día 21 de julio de 1936 cesan de sus cargos a toda la corporación municipal. Creando una nueva corporación, formada por  integrantes falangistas y partidarios al nuevo Régimen. Estos nuevos  mandatarios llamados por sí mismos “Camisas viejas” serán la mano ejecutora de la represión franquista en Marchena, hasta el 1 de noviembre de 1936. Periodo de extrema barbarie, llevado con el único propósito de sembrar el miedo a todo el que se opusiera a esta nueva Dictadura.

 Llevaba sin ver a Manuel, desde lo sucedido, aquella fatídica noche, en  la que fui violada por mi tío y  repudiada por mi tía Manuela. Vivía asumida en una depresión.  Sentía  una horrible repulsión por todos los hombres. Inclusive por el  hombre que más amaba en mi vida.

Manuel  venía a escondidas a visitarme cada noche, pero me negaba a verlo. El pobre se  marchaba entristecido. No entendía mi rechazo hacia él.

La noche del 8 de agosto del 1936, no podía conciliar el sueño con tanto calor. Contaba las estrellas y les iba poniendo nombre de flores  campestres. De pronto escuché unos disparos que provenían de la zona de la loma de Los Enamorados, que lindaba con las tierras de Paco “El Maestrillo”. Padre de mi amado, Manuel. No me quise poner en lo peor. Me dije para mí, que sería un cazador furtivo.

Al día siguiente, la loma de Los Enamorados era un ir i venir de personas que hablaban del  triste  desenlace  de  Paco. La noticia me dejó consternada. Me armé de valor y dejé a un lado esa aversión por los hombres, que me estaba royendo las entrañas. Cuando llegué a la casilla de Paco, estaba su mujer  en la puerta. Al verme, se abalanzó sobre  mi cuerpo descargando toda su ira      _¡Asesinos! ¡Criminales! Habéis acabado con la vida de mi marido.

Le juraba, que no tenía nada que ver con lo ocurrido, que era una víctima más  de la ideología política de mi familia. Pepa más sosegada se abrazó a mi cuerpo y  durante un rato nos mirábamos en silencio. Le pregunté por Manuel, me dijo que ardía en fiebre.  Pues al  defender a su padre, para que no se lo llevaran los militantes franquistas, le habían machacado  los dedos de la mano a culatazos con la escopeta, dando lugar a la amputación del dedo índice y pulgar.

Nunca más volvimos a ver a Paco “El Maestrillo”. Dijeron que lo encarcelaron y que lo tenían preso  en el penal del Puerto de Santa María y que allí murió, al cabo de unos meses, por una enfermedad pulmonar que le sobrevino. Sabíamos con certeza, que aquella misma noche le habían aplicado el Bando de Guerra, fusilándolo en la fosa común del cementerio, junto  con otros dos docentes: D Santos y D.  Rosendo, éste último, familiar lejano de mi admirado Machado.

 Manuel, una vez mejorado de sus heridas, se unió  a las milicias republicanas de Málaga, que aguantaban los constantes asedios franquistas, que día a día debilitaban las fuerzas Republicanas. En una de esas contiendas. Manuel, en compañía del marchenero “El Carbonero” y otros milicianos, mantenían una restriega con el bando franquista. Casualidades de la vida o que cada persona tenemos escrito nuestro destino. En esa contienda se encuentra  mi tío Juan. Los cuales mantienen un intercambio de disparos. En uno de los disparos, Manuel  hirió de muerte a mi tío. Pero ni en su agonía hubo arrepentimiento por el mal que había hecho a lo largo de su vida, sino que para hacerle más daño a Manuel, le contó cómo había gozado violándome una y otra vez. Manuel le escupió en la cara y lo dejó morir, desangrándose como un cerdo.

 La derrota  en Málaga era inminente. Para no ser capturados, cada cual huyó para un lugar. Manuel regresó a Marchena y estuvo refugiado en la bóveda del pozo de la casilla, hasta que  una  tormenta de finales de septiembre, hizo que el pozo, subiera su nivel de agua.

Manuel tomó la determinación que esa misma noche se iría a otro lugar para no comprometer la integridad física de su madre y su hermana Isabel.

Un grupo de franquistas rodeaban la casilla de Manuel. Uno de los tantos chivatos que tenía el nuevo Régimen, por tres céntimos. Había dado el chivatazo a los franquistas de donde se hallaba Manuel. Entraron violentamente en la casilla, agrediendo a Manuel y a su madre. A los que amordazaron y maniataron. Isabel presenciaba desde el gallinero, como se llevaban a su hermano y a su madre, sin poder hacer nada  para  evitarlo.

La noche del 23 de septiembre de 1936 alguien aporreaba la puerta de la choza insistentemente. Abrí la puerta y allí delante estaba Isabel muy asustada, que repetía una y otra vez.

_ Se los han llevado a los dos, dicen que se lo llevaban a darle el paseíllo_. Enseguida comprendí de lo que se trataba el asunto. Me vestí y eché a correr en la noche. Mi corazón se aceleraba y mi mente se me ralentizaba.

Cuando llegué al interior del cementerio, una luz de un candil reflejaba la silueta de un hombre y una mujer que se posicionaban de espalda. Junto a ellos había cuatro hombres. Dos de ellos observaban pasivos a los otros dos hombres, que con  el fusil en posición de disparo, realizaron varios disparos sobre los dos cuerpos maniatados, que cayeron desplomados al suelo. Uno de los dos hombres que permanecía pasivo, presenciando el fusilamiento,  sacó una pistola de su cinturón, y efectuó varios disparos sobre los dos cadáveres que yacían en el suelo. Corrí hacia la luz. Gritando.  ¡Asesinos! ¡Criminales! La mano que portaba la pistola, se impactó sobre mi rostro, que no dejaba de sangrar. Aturdida, yacía sobre la fosa común del cementerio. Una voz conocida me gritaba. ¡Maldita traidora! ¡Defensora de rojos de mierda!  Era la voz de mi padre. Lo habían nombrado Jefe de Pelotón de Orden Público. Era el encargado de dar el tiro de gracia y anotar todas las incidencias de cada ejecución. Este es el cargo que le habían adjudicado, los correligionarios franquistas  por tanto obediencia, fidelidad y aportación económica al partido falangista, que le había costado la ruina del patrimonio familiar.

 Mi padre, sacó una navaja y con el filo de la hoja, me iba cortando los pelos a tirones, hasta dejarme  hecha un  Santo Cristo. Acto seguido, empezó a propinarme fuertes patadas  en el bajo vientre. Hasta que caí, dentro de la fosa común. Allí yacía sin vida  la persona que más había  amado en mi vida. Me agarré fuertemente a la mano de Manuel. En la que tenía sujeta un trocito de bandera de la Segunda República, manchada de sangre. 

Mi padre me puso la pistola sobre la sien y se dispuso apretar el gatillo. Cuando uno de los ejecutores, le quitó la pistola a mi padre, diciéndole que  no podíamos matar a nuestra propia sangre, que iba en contra de los principios  del nuevo Régimen. Como si supieran estos criminales el concepto de dicha palabra.

Aturdida y dolorida, deambulé toda la noche por las calles de Marchena.

Llegué sobre las doce de la mañana a “La Poderosa”. Bueno, a lo poco que quedaba de la hacienda, que se simplificaba a la choza, donde vivía sola y a tres cuartillas de tierra. En el que tenía  un pequeño corral, con unas pocas gallinas,  tres cabras y un huertecito  del que sacaba el poco sustento con el que mal vivía.

Me retiré, a descansar un rato, porque tenía unos fuertes dolores en el bajo vientre a consecuencia de la paliza que me había pegado el  despreciable de mi padre. Al tocarme con los dedos mis partes íntimas, noté qué sangraba. Me había venido una hemorragia interna, por la paliza causada por mi padre. Estaba sufriendo un aborto. Así era, quedé embarazada, el día que fui violada por el miserable de mi tío.

     Esa misma noche que ardía en fiebre, os parecerá irónico, mi padre al ser el cabeza de familia, había llevado todo este tiempo las tierras que me habían tocado en herencia por mi madre de la cuales hasta la fecha no vi ni un real. Ni nunca lo vería. Porque esa noche, su sed de venganza, hacía mí, la sació, jugándose a las cartas hasta el último turrón de mis tierras. Aquella noche perdí, algo que nunca había poseído. Pero mi padre perdió algo que no era suyo, pero  del que  siempre obtuvo  la totalidad del usufructo.

 A Isabel le quemaron la escuela rural de su padre y todos los libros que eran tachados de subversivos, según la censura del régimen franquista. Le confiscaron los pocos bienes familiares, hasta  un  ajuar que llevaba su madre confeccionándole  durante años le quitaron a  Isabel. La obligaron a desempeñar trabajos no remunerados en dependencias públicas y a no tener derecho a un trabajo digno en las Administraciones públicas, por ser miembro de familiares, contrarios al nuevo Régimen. Isabel vivía  de la caridad, como el Auxilio Social o lo que, yo le podía llevar a escondidas, por el temor de ser acusada por el primer chivato envidioso que llenaban el pueblo de Marchena.

 Isabel, conoce a Emilio. El gran amor de su vida. Deciden huir de España, para vivir en libertad un amor, que en Marchena nunca van a poder alcanzar, por la vigilancia que eran sometidos los familiares de los republicanos u otra ideología política, que no sea la nueva Dictadura.

 Después de varios días escondidos, en el Pirineo aragonés, cruzan la frontera de Francia. El día  29 de mayo de 1938, con otros españoles que son perseguidos por  su ideología contraria al gobierno franquista. Una organización de republicanos, asentados en Francia. y exiliados en los primeros momentos de la represión franquista, les ayudaron a establecerse en París a Isabel  y Emilio.

 Isabel, bajo un seudónimo falso, mantiene correspondencia con su tía Enriqueta, que vive en Sevilla. Pero con la cautela, de utilizar unas palabras claves entre ellas. Porque de sobra sabían que las cartas antes de llegar a su destinario eran leídas y examinadas por los miembros de la censura, que si notaban un ápice  de doble intencionalidad en las palabras, en algo referido al nuevo gobierno, las cartas eran destruidas automáticamente.

 Enriqueta tenía una amiga que vivía en el ranchillo Sarmiento, pegado a la hacienda de “La Poderosa”. Cada vez que venía a Marchena, se  acercaba al ranchillo para visitarla y de camino, se pasaba por mi casa a entregarme las cartas que Isabel me escribía y yo le entregaba a Enriqueta, las que le escribía a Isabel. Enriqueta era nuestro correo. 

 La comunicación entre Isabel  y una servidora, quedó interrumpida por culpa de la Segunda Guerra Mundial, en la que Francia fue partícipe. España no participó porque habíamos salido  de la reciente Guerra Civil, donde la ropa enlutada., todavía olía a incienso de misas fúnebres.

 Una tarde de primavera de mil novecientos cuarenta y siete, me hallaba entre sol y sombra, desplumando una gallina. Cuando se acercaron dos hombres en un carro tirado por un viejo mulo. Se echaron abajo del carro y sin mediar palabra., se dispusieron abrir el portalón  del carro y  a depositar en el suelo una especie de parihuela. Uno de los dos se dirigió a mí.  Diciéndome. _ Ahí  te dejamos  a tu padre. Que nosotros llevamos tres  semanas bregando con él y tú, como marquesa que te has criado desde  niña. Disfrutando y comiéndote  la herencia familiar. Así que hazte cargo de tu padre, durante el tiempo que le quedé de vida y no creas que te vas a quedar con lo poco que queda de la hacienda. Ya me encargaré que no pilles ni una gorda de lo poco que queda de la hacienda. Que llevas quince años, viviendo de nosotros.

 Tenía un corte en el dedo de la mano. Pero no echaba ni una gota de sangre, no sé si aquellas palabras que salían de la boca de mis hermanos, me habían dejado helada la sangre.

La presencia de mi padre me hizo, abrir todas las heridas, que mi padre, familiares y personas de la misma ideología me habían causado desde que tenía diez años.

 Hay  ahí, estaba mi padre indefenso, al igual, como he estado, yo tantas veces. Ahora podía vengarme de mi padre. Hacerle  pagar todo el mal que me había hecho. Lo miraba y lo detestaba  no lo podía remediar. Mi odio era más fuerte, que mi perdón. Pero por mucho, que me había hecho a mí, cuantas atrocidades había cometido. El tiempo que estuvo con el cargo de Jefe de  Pelotón de Orden Público. 

 Entré en mi pequeña vivienda. Cerré la puerta y lo dejé tirado durante horas en el suelo. A ver si se lo comían las alimañas. Pero la conciencia me roía las entrañas y no porque  fuese mi padre. Sino porque había un hombre  que gritaba de dolor en la puerta de la choza. Abrí la puerta y lo acomodé en mi cama. No sé, si  Dios me había impuesto   esta  dura penitencia, para saber de la capacidad  de aguante, que puede resistir un ser humano. 

 Le limpié las heridas y le puse paños fríos sobre la frente que le ardía de fiebre. Las dos heridas de arma blanca tenían muy mala pinta. Se les había gangrenado. Por lo que pude enterarme fue un ajuste de cuentas. Una  madrugada,  de las que venía mi padre de juerga, lo esperó Gonzalo “El  Loreño”,en la esquina de la calle Mesones, donde mi padre,  vivía de  alquiler en una habitación,  en una casa de vecinos. Con un hocino mohoso  que llevaba escondido en la cintura le segó el costado un par de veces, como el que siega un haz de hierba. Una pareja de la  Guardia Civil que presenció   lo sucedido. Llevaron  a mi padre al Puesto de Socorro, pudiéndole cortar la hemorragia, pero  la gangrena,…  se lo estaba comiendo vivo por dentro.

 A Gonzalo “El Loreño”, se lo encontraron colgado en la higuera de la casa  donde vivía. Se quitó  la vida por el miedo a la represalias de las fuerzas franquistas.

Durante tres meses, estuve al cuidado de mi padre, en sus delirios febriles. Relataba todas las atrocidades que había cometido, durante el periodo que estuvo de Jefe de Pelotón. Anoté en una hoja, toda la lista de personas, que iba  relatando  que había ejecutado en acto de trabajo. Pedía perdón a todos los muertos que había asesinado, nombrando sus nombres y fecha de ejecución. Me pedía perdón por todas las vejaciones y mal que me había hecho, desde que murió mi madre.

 Una noche le agarré la mano y le hice firmar un documento donde acreditaba que las tres cuartillas de tierra, que quedaba de “La Poderosa”, pasaba  a ser propiedad de Carmen Vázquez Pérez como legítima heredera. Ese documento sería mi salvoconducto para exiliarme de España.

 Mi padre murió el 15 de noviembre de 1949. Avisé a mis hermanos y demás familiares. Pero nadie vino al entierro. Le hice un entierro, con el poco dinero, que  tenía ahorrado y le pagué a la parroquia de San Sebastián, dos misas, en nombre de mi padre.  Que si es verdad, que hay un Cielo, no sé en qué lugar del Universo descansará el  alma del criminal de mi padre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una suerte leer la historia tan bien contada. Cada pueblo debería tener su cronista local de lo sucedido. Lo malo es que todos van muriendo y la guerra quedará en el olvido y más en un mundo que no cesa de generar noticias.
Ana Maria Tapias Garcia