Antonio Calderón Reina
La Carbonería Ediciones, 2009.
ISBN. 978-84-613-2641-9
122 páginas.
15 euros.
Prólogo de Joan Casas.
Rafael Suárez Plácido
Si nos hablan de un libro que se compone de quinientos once textos mínimos que comienzan con las palabras “Me acuerdo…”, inmediatamente se nos vienen a la cabeza varios nombres: Joe Brainard y Georges Perec los que más. El norteamericano publicó en 1970 I remember, que tradujo, el pasado 2009, Julia Osuna para Sexto Piso. El motivo de la gestación del libro fue un consejo médico para ir retrasando la pérdida de la memoria: escribir los recuerdos principales de una vida. Georges Perec dedica al propio Brainard su Je me souviens, que tradujo Yolanda Morató para Berenice en 2006.
Antonio Calderón Reina comenta en la Nota del autor: “Estas breves anotaciones comenzaron a gestarse tras la lectura de Georges Perec. En su espíritu siguen el rastro del autor francés.” Pero no se trata de un particular “Me acuerdo” a la española, que no sería poco. Los precedentes citados son libros muy personales en los que el peso del autor lo llena todo; 511 Cápsulas contra el olvido, en cambio, es el retrato bello, lírico y triste de una época de la historia de un país. “Esta es una mirada atrás, no muy cronológica, que intenta abarcar desde los tiempos más difíciles de la posguerra a un ayer más cercano al ahora.”
En el prólogo de Joan Casas leemos: “Porque así es este libro, imprescindible como el pan.” Y puede serlo para todo el que quiera acercarse a una de las épocas más tristes de la reciente historia de España, la haya vivido o no, porque no sólo la reconocerá, sino que la sentirá en sus carnes. Ya desde la primera entrada encontramos los principales rasgos del libro: “Me acuerdo de que todos los domingos en la iglesia sorteaban el mismo premio: El Paraíso, pero sólo te podía tocar si te morías.” Brevedad, evocación casi siempre melancólica, inocencia, ideología y humor inteligente.
Antonio Calderón Reina (Sevilla, 1946) es actor y uno de los más brillantes exponentes del mimo moderno europeo. Una vida dedicada al teatro que le ha llevado a dirigir y a tener compañía propia, y a escribir sus propios monólogos. Es también profesor de arte dramático. La mirada del mimo es la mirada inocente del niño que dice lo que recuerda sin pudor y sin miedo, con la ingenuidad de quien se hace preguntas sin respuesta, porque no la tienen, y transmite el extrañamiento que le produce ir descubriendo cosas que le llaman la atención. A veces son juegos de palabras basados en la polisemia: “Me acuerdo de que no salíamos del asombro por temor a ser apresados.” Pero el temor a la cárcel era habitual. También la pobreza: “Me acuerdo de que la felicidad era baratísima, pero no podíamos comprarla.” Y la infelicidad: “Me acuerdo de que algunas navidades conseguíamos olvidar la tristeza.” No sólo en España, también en Italia. El actor con el que mejor se identificaba el pueblo era Totó: “Me acuerdo del neorrealismo italiano y de Totó y de pensar que aquellas películas se rodaban en el plató de mi calle.” La mirada del niño que va al colegio también está presente en los ejemplos más líricos: “Me acuerdo de que cuando contaba con los dedos me salían bien las cuentas.” O el casi machadiano: “Me acuerdo del colegio y de la tristeza de las pizarras en los días de lluvia.” El niño empieza a conocer el sexo: “Me acuerdo de que la virginidad tuve que perderla yo solo.”
Muchos de estos textos no son sólo reflejo de una época, sino pensamientos universales. Yo mismo podría haber escrito algunos de ellos, por ejemplo: “Me acuerdo de que a medida que fui conociéndome, fui conociendo a mi padre.” O el a la vez tierno y divertido: “Me acuerdo de que la primera mujer desnuda que vi me pareció un efecto óptico y tuve que tocarla.”
La Literatura refleja la imagen del autor y del lector que se pierde entre sus páginas. También la imagen de una época. Antonio Calderón Reina nos ofrece la mirada tierna pero implacable del niño que no tiene que rendir cuentas a nadie. Recoge lo mejor de una tradición universal: no sólo los citados que son más evidentes, también encontramos ecos de Lichtemberg, de La Rochefoucauld , de Montaigne, del Góngora más popular y de Quevedo en todo su esplendor, mezclados con los más cercanos Antonio Machado, Pérez Estrada y Juan Blanco, su maestro, a quien le dedica el libro.
La última cápsula que voy a citar podría ser un microrrelato, o un poema, o una novela que el autor dedica a su abuela: “Me acuerdo de que la abuela vaciaba los relojes de arena para llenarlos de especias y, algunas horas olían a clavo, otras a canela y, las noches, sólo olían a silencio.”
Estos fragmentos nos incitan al silencio y a la reflexión inteligente. Alguna sonrisa o alguna lágrima también los acompañarán. La edición de La Carbonería, de Sevilla, que retoma su vocación maravillosa de editar buenos y bellos libros, nos muestra que estas cosas, cuando se hacen bien, todavía son posibles. Un milagro de ternura. Un aviso a caminantes.
Rafael Suárez Plácido
Si nos hablan de un libro que se compone de quinientos once textos mínimos que comienzan con las palabras “Me acuerdo…”, inmediatamente se nos vienen a la cabeza varios nombres: Joe Brainard y Georges Perec los que más. El norteamericano publicó en 1970 I remember, que tradujo, el pasado 2009, Julia Osuna para Sexto Piso. El motivo de la gestación del libro fue un consejo médico para ir retrasando la pérdida de la memoria: escribir los recuerdos principales de una vida. Georges Perec dedica al propio Brainard su Je me souviens, que tradujo Yolanda Morató para Berenice en 2006.
Antonio Calderón Reina comenta en la Nota del autor: “Estas breves anotaciones comenzaron a gestarse tras la lectura de Georges Perec. En su espíritu siguen el rastro del autor francés.” Pero no se trata de un particular “Me acuerdo” a la española, que no sería poco. Los precedentes citados son libros muy personales en los que el peso del autor lo llena todo; 511 Cápsulas contra el olvido, en cambio, es el retrato bello, lírico y triste de una época de la historia de un país. “Esta es una mirada atrás, no muy cronológica, que intenta abarcar desde los tiempos más difíciles de la posguerra a un ayer más cercano al ahora.”
En el prólogo de Joan Casas leemos: “Porque así es este libro, imprescindible como el pan.” Y puede serlo para todo el que quiera acercarse a una de las épocas más tristes de la reciente historia de España, la haya vivido o no, porque no sólo la reconocerá, sino que la sentirá en sus carnes. Ya desde la primera entrada encontramos los principales rasgos del libro: “Me acuerdo de que todos los domingos en la iglesia sorteaban el mismo premio: El Paraíso, pero sólo te podía tocar si te morías.” Brevedad, evocación casi siempre melancólica, inocencia, ideología y humor inteligente.
Antonio Calderón Reina (Sevilla, 1946) es actor y uno de los más brillantes exponentes del mimo moderno europeo. Una vida dedicada al teatro que le ha llevado a dirigir y a tener compañía propia, y a escribir sus propios monólogos. Es también profesor de arte dramático. La mirada del mimo es la mirada inocente del niño que dice lo que recuerda sin pudor y sin miedo, con la ingenuidad de quien se hace preguntas sin respuesta, porque no la tienen, y transmite el extrañamiento que le produce ir descubriendo cosas que le llaman la atención. A veces son juegos de palabras basados en la polisemia: “Me acuerdo de que no salíamos del asombro por temor a ser apresados.” Pero el temor a la cárcel era habitual. También la pobreza: “Me acuerdo de que la felicidad era baratísima, pero no podíamos comprarla.” Y la infelicidad: “Me acuerdo de que algunas navidades conseguíamos olvidar la tristeza.” No sólo en España, también en Italia. El actor con el que mejor se identificaba el pueblo era Totó: “Me acuerdo del neorrealismo italiano y de Totó y de pensar que aquellas películas se rodaban en el plató de mi calle.” La mirada del niño que va al colegio también está presente en los ejemplos más líricos: “Me acuerdo de que cuando contaba con los dedos me salían bien las cuentas.” O el casi machadiano: “Me acuerdo del colegio y de la tristeza de las pizarras en los días de lluvia.” El niño empieza a conocer el sexo: “Me acuerdo de que la virginidad tuve que perderla yo solo.”
Muchos de estos textos no son sólo reflejo de una época, sino pensamientos universales. Yo mismo podría haber escrito algunos de ellos, por ejemplo: “Me acuerdo de que a medida que fui conociéndome, fui conociendo a mi padre.” O el a la vez tierno y divertido: “Me acuerdo de que la primera mujer desnuda que vi me pareció un efecto óptico y tuve que tocarla.”
La Literatura refleja la imagen del autor y del lector que se pierde entre sus páginas. También la imagen de una época. Antonio Calderón Reina nos ofrece la mirada tierna pero implacable del niño que no tiene que rendir cuentas a nadie. Recoge lo mejor de una tradición universal: no sólo los citados que son más evidentes, también encontramos ecos de Lichtemberg, de La Rochefoucauld , de Montaigne, del Góngora más popular y de Quevedo en todo su esplendor, mezclados con los más cercanos Antonio Machado, Pérez Estrada y Juan Blanco, su maestro, a quien le dedica el libro.
La última cápsula que voy a citar podría ser un microrrelato, o un poema, o una novela que el autor dedica a su abuela: “Me acuerdo de que la abuela vaciaba los relojes de arena para llenarlos de especias y, algunas horas olían a clavo, otras a canela y, las noches, sólo olían a silencio.”
Estos fragmentos nos incitan al silencio y a la reflexión inteligente. Alguna sonrisa o alguna lágrima también los acompañarán. La edición de La Carbonería, de Sevilla, que retoma su vocación maravillosa de editar buenos y bellos libros, nos muestra que estas cosas, cuando se hacen bien, todavía son posibles. Un milagro de ternura. Un aviso a caminantes.
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