Ángel del Río Antropólogo
El experto en la presencia de andaluces en los campos de concentración, impartió ayer una conferencia en Jerez
«En las escuelas del Partido Nazi les enseñaban que los prisioneros valían menos que ratas; y los trataban como a tales»«Sólo hay una manera de enfrentarse a una investigación tan dura como ésta: a golpe de lágrima»
La escalera de la muerte tenía 186 peldaños. Ángel del Río cuenta que ahora es un lugar apacible, porque ya no se escuchan los gritos, los insultos, ni el ladrido de los perros. Los prisioneros de Mauthausen la subían, con su peso en piedras de granito a las espaldas. Cuando llegaban al final, si aún estaban vivos, descendían por la parte de atrás de la ladera. Y volvían a empezar. 186 pasos hacia la desesperación. 186 invitaciones a rendirse.
Ayer, en la sede del CEP de Jerez, el antropólogo de la Universidad de Sevilla que ha investigado exhaustivamente la presencia de andaluces en los campos de concentración nazis, impartió una conferencia en la que la asepsia de los hechos históricos perdió la batalla frente a la ternura y la crudeza de los testimonios grabados a los supervivientes.
-¿Cuántos andaluces pasaron por los campos de concentración nazis?
-Unos 1.500. A medida que las investigaciones avanzan, crece la cifra. Todos ellos documentados con nombres, apellidos, el lugar y la fecha de la muerte. Más los que sobrevivieron, claro. Un millar largo no logró salir de allí. Los campos eran auténticas fábricas de muerte.
-¿Y gaditanos?
-Al menos 80. La proporción de fallecidos es la misma: dos terceras partes. Que yo sepa, sólo queda uno vivo, Eduardo Escot, de Olvera. Aunque a los supervivientes, en muchos casos, es difícil seguirles la pista. Se marcharon a Francia o se exiliaron a América Latina. A veces ni siquiera la propia familia sabe que sus padres o abuelos acabaron sus días en los campos de concentración alemanes. Hace poco, a un chico de Tenerife le dio por poner su propio nombre en Google, y descubrió que su abuelo aparecía en una placa conmemoratoria a los caídos en un campo de exterminio.
-¿Cómo acabaron allí?
-La mayoría de los gaditanos que pasaron por los campos eran obreros o campesinos politizados. De Cádiz habían dado el salto a Málaga; de allí, a Granada o Almería, durante la tristemente famosa 'espantá', huyendo del avance de los nacionales. Pelearon en Madrid o Levante y cruzaron los Pirineos por Cataluña.
-En Francia no se les recibió precisamente con los brazos abiertos.
-Los campos de refugiados franceses fueron su primera cárcel. Algunos medios habían condicionado a la opinión pública en su contra. Se veía a los españoles como a una horda de rojos sanguinarios. Un superviviente me contó que los niños se acercaban a la verja para comprobar si tenían cuernos y rabo. Argelés, Saint Ciprien... Sitios muy duros. Y era sólo el principio. También es cierto que hubo una corriente de solidaridad, por parte de ciertos grupos, que les permitió acceder a comida, medicinas y ropa.
-El gobierno de Franco negó que tuviera constancia de que había españoles en los campos de concentración nazis.
-La verdad es que a los refugiados en Francia no los quería nadie. Pétain se los ofreció a Hitler. A Franco le daba igual. Es difícil de creer que Serrano Súñer, que era completamente pro nazi, desconociera que había 6.000 españoles en los campos de concentración. Otra cosa es que lo negara luego.
-Todos los supervivientes recuerdan minuciosamente el viaje en tren hasta Mauthausen. ¿Por qué?
-Es extraño, sí. Algunos llegaron a pasar cuatro años entre sus paredes de granito, pero tienen una memoria especialmente dolorosa de aquellos tres días que duraba el trayecto. Formaba parte del ritual del terror. Apilados en los vagones, como ganado, perdían el sentido de la orientación. Muchos se rendían allí mismo. Toda la maquinaria nazi buscaba ese objetivo: degradar, humillar, hacer que los hombres dejaran de sentirse hombres, que tiraran la toalla. En las escuelas del Partido les enseñaban que los prisioneros valían menos que ratas; y ellos los trataban como a tales, desde el principio.
-¿Qué papel jugaron en los núcleos de resistencia clandestina, dentro de los propios campos?
-Los investigadores extranjeros que han profundizado en el tema están de acuerdo en señalar la fama de duros, obcecados y resistentes que tenían los españoles. No es chovinismo. Señalo lo de 'extranjeros' precisamente por eso. Un ejemplo: el primer español que murió en Mauthausen fue precisamente un andaluz, de Fuengirola. José Marfil Escabona. Número 3.394. Tenía 52 años cuando falleció, el 26 de agosto de 1940, y el grueso de los deportados españoles le dedicó un valiente y emotivo minuto de silencio. No es un detalle intrascendente. Los presos querían simbolizar que, aunque les habían dado un número y arrebatado el nombre al entrar en el campo, no estaban dispuestos a convertirse en animales sin memoria.
-Usted ha dedicado varios años a recopilar testimonios de primera mano. ¿Cómo aguanta?
-Sólo hay una manera de enfrentarse a una investigación tan dura como ésta: a golpe de lágrima. Sufres un desgaste personal, emocional, altísimo. Pero hay que verlo de otra manera: es un deber. Ellos están obsesionados con que su sufrimiento no se olvide. Les aterra pensar que tras su muerte, se pierda también la memoria de lo que pasó allí. Nuestra responsabilidad es intentar que eso no ocurra.
-¿Conocer tan de cerca sus vivencias, le hace confiar o desconfiar de la condición humana?
-Uno se da cuenta de que el ser humano puede ser el peor bicho del mundo entero; pero también es capaz de lo mejor. Hay relatos tan crueles que cuesta reproducirlos. Pero hay otros que dan fe de hasta dónde puede llegar el amor y el sacrificio por un semejante...
No hay comentarios:
Publicar un comentario