martes, 15 de marzo de 2011

Los muertos no callan



para DIME/AREMEHISA

Revista Interviú

Se acerca el final del sufrimiento para medio centenar de familias que tienen un ser querido en una fosa común en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Después de 75 años, han recuperado los cuerpos y ahora se someten a pruebas de ADN para identificar a los fusilados. Una ONG y dos laboratorios son los artífices de este proyecto costeado con dos subvenciones del Ministerio de la Presidencia. Entre mayo y septiembre de 2010, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aguilar de la Frontera (Aremehisa), de Córdoba, ha conseguido exhumar cincuenta y cinco cuerpos de cinco fosas comunes en el cementerio municipal. Estos días se está acometiendo la segunda fase del proyecto: la identificación de los restos y la entrega a sus familiares. El lugar donde descansan momentáneamente los restos de los represaliados es un local en el mismo cementerio de Aguilar de la Frontera (13.000 habitantes). Es un improvisado laboratorio donde un equipo de antropólogos, arqueólogos y forenses ha logrado recomponer los esqueletos y saber a qué cuerpo pertenece cada hueso. Desde hace unos meses, las osamentas esperan en cajas de plástico a que las pruebas de ADN digan cuál es su nombre y su familia. Carmen Bonilla Jiménez, de 79 años, espera en su casa, algo nerviosa, la visita de Virginia Barea, una de las arqueólogas que colabora con Aremehisa. Va a someterse a una prueba para obtener su ADN y compararlo con el de los cuerpos de los represaliados. El objetivo es localizar a su padre, Rafael Raya Bonilla, fusilado con 33 años, el 28 de julio de 1936. Ochenta y dos familias de toda España han contactado con Arehemisa para interesarse por los cuerpos recuperados. Sospechan que uno de ellos puede ser su padre o su abuelo, fusilado en ese pueblo. ?A finales de setiembre de 2011 tiene que estar acabado este proyecto. Para entonces ya sabremos qué familias pueden enterrar a sus seres queridos?, dice Rafael Espino, presidente de Arehemisa. Al mismo tiempo, en el improvisado laboratorio del cementerio, Jorge Cepillo, otro arqueólogo, extrae dos muelas a cada una de las calaveras. Las piezas dentales y los huesos largos, como el fémur, son las mejores partes del cuerpo para extraer el ADN. Las muelas y los hisopos se enviarán después a una laboratorio en Sevilla que colabora con Aremehisa. Allí, una vez obtenido el perfil genético, se cruzan los resultados de los familiares con el de los fallecidos.

Más información en la revista interviú.

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