El Plural/IALL
Vivir sin memoria es tener huérfano el espíritu. El ser humano no es una simple combinación de química orgánica basada en el carbono, cuya evolución cada cierto tiempo implica la supervivencia de la especie. El ADN de nuestro cuerpo se combina de forma perfecta con el recuerdo acumulado a través de generaciones, y eso es lo que de verdad hace tomar forma a la unión de todos que llamamos sociedad.
Sin memoria nos convertimos en autómatas. Una cohorte de máquinas sin sentimientos, tan bien retratadadas por la ciencia ficción en innumerables ocasiones. Pero incluso en esas películas y relatos siempre aparece el sentimiento humano en alguno de los ingenios artificiales. Esa imperiosa necesidad de rebeldía. La canción que se repite con persistencia en nuestro cerebro para no ceder ante la injusticia; de hablar cuando todos los indicadores recomiendan darse mus y pasar a otra cosa. Pero lo hacemos. No podemos remediarlo. Al final no pasamos. Aunque cueste, recordamos.
A veces, en el Metro o cualquier otro transporte público, uno tiene la sensación de vivir en ese mundo alienado que tantos hubiesen querido construir. Una concentración de números; una sucesión de individuos con una misión en la cadena de montaje invisible que nos une. Cada uno a lo suyo. Mira para otro lado. Pero también son muchas las ocasiones en las que los ojos no apartan la vista de la injusticia. Son momentos históricos, vitales y necesarios no sólo para la persona, sino para una sociedad que precisa de ejemplos para no sentirse totalmente vencida. Un bálsamo para curar tantas heridas producidas por la indiferencia y el olvido. El remedio para la repugnancia que nos produce ver a través de esas cámaras de seguridad como el hombre o la mujer se convierten en lobos para ellos mismos, mientras los ojos del resto buscan el suelo para no cruzarse con otros que les pongan frente al espejo de su cobardía.
Necesitamos la memoria. Como el aire. Es imprescindible para la vida con mayúsculas. Esa que disfruta de su presente con esperanza en el futuro y orgullosa del pasado. Para esto último hay una clave: no dejar morir nunca los recuerdos. No esconder jamás las vergüenzas tras un velo cuyas transparencias sólo contribuyan a la confusión, o al olvido, si es lo que se pretendía. La memoria es el patrimonio de los que quieren ganar el futuro. Una mochila que, lejos de aminorar nuestra marcha hacia adelante como sociedad, nos aporta los útiles necesarios para andar el camino. No pesa. Nos da aliento.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
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1 comentario:
El ADN de nuestro cuerpo se combina de forma perfecta con el recuerdo acumulado a través de generaciones, y eso es lo que de verdad hace tomar forma a la unión de todos que llamamos sociedad.
Verdad verdadera.
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