Extraido de Público.es
JOSÉ GUILLERMO FOUCE
Queipo de Llano arengaba a los falangistas por radio para que violasen a las mujeres marxistas y republicanas y así les demostrasen lo que es un hombre, al tiempo que les concedía inmunidad para sus crímenes: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
Vallejo-Nájera, jefe de los servicios psiquiátricos del ejercito franquista, tras tratar de demostrar que la mujer de izquierdas está ligada al psiquismo animal, señalaba que ya que no resultaba posible –aunque sí deseable– exterminar a todos los republicanos, rojos y marxistas por cuestiones prácticas, podrían desarrollares otras medidas eugenésicas contra la enfermedad del marxismo: “La civilización moderna no admite tan crueles postulados en el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas incruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que los afectan. El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en internar en penales, asilos y colonias a los tarados, con separación de sexos”.
Estos son algunos de los marcos legitimadores de la represión que se desarrolló durante y después de la guerra de manera sistemática por parte del régimen franquista: a quien no se le podía matar, se le humillaba y represaliaba.
La Junta de Andalucía desarrolló recientemente una medida para reparar parte del daño causado a las mujeres a las que se humillaba mediante diferentes formas: aceite de ricino, rapaduras de pelo, etc. Y vuelven a resurgir preguntas como: ¿no pasó demasiado tiempo y estaremos reabriendo heridas? ¿No llegamos demasiado tarde? ¿Tienen sentido estas políticas y estas reparaciones?
El olvido siempre es relativo y, especialmente cuando se ha sufrido una situación traumática, es imposible que se produzca por completo, porque estas situaciones quedan grabadas en nuestro cerebro para siempre, marcando un antes y un después en nuestras vidas. La cura y superación sólo son posibles si antes uno se enfrenta cara a cara con lo ocurrido, un proceso que tiene que llegar antes o después, pero que cuanto más tarde llegue y más solo se haga es mucho más duro, un proceso que debe ser acompañado por medidas de justicia y reconocimiento social a las víctimas para apoyarlas y ayudarlas en su proceso de enfrentamiento. Cuanto más tiempo pasa, la situación no mejora, empeora y se enquista, especialmente si la sociedad no permite y acompaña el proceso de enfrentamiento.
Si una injusticia, como sufrir una humillación, viene acompañada de otras, como no ser reconocida como víctima o no ser reparada, la injusticia se multiplica. Y si esta situación se prolonga en el tiempo, vuelve a aumentar la sensación de indefensión, de impunidad, de dolor y miedo.
Muchas víctimas de la represión franquista siguen hoy demostrándonos su extraordinaria fortaleza para superar momentos especialmente duros y conectados entre sí: humillaciones directas, hambre, expolio de bienes, muerte de familiares, falta de reconocimiento como víctimas, etc. Y merecen un reconocimiento y trato colectivo que aplique los principios básicos de derechos humanos que toda víctima de la violencia, sea del color que sea, merece: verdad, justicia y reparación. Resulta increíble que hoy, en pleno siglo XXI, se recete el olvido sólo para las víctimas que no son cercanas. Increíble que pretendamos seguir sometiendo al miedo, a la falta de reconocimiento, a las víctimas del franquismo.
Cabe recordar que las otras víctimas recibieron y reciben homenajes y reparaciones desde las exhumaciones desarrolladas por el franquismo, hasta los regalos a las viudas y otras víctimas en forma de puestos en la administración pública, reparaciones económicas u homenajes públicos, masivos y cotidianos que continúan hoy en forma, por ejemplo de elevaciones a los altares, sin que nadie hable de reabrir heridas, guerracivilismo, vómitos u otras lindeces, que sí se aplican cuando las víctimas no son afines.
El caso de las mujeres y la violencia que se ejerció contra ellas es especialmente significativo, porque ellas eran una de las partes más débiles de la sociedad y porque eran consideradas seres inferiores: “El fin esencial de la mujer, es servir de complemento al hombre, formando con él, individual o colectivamente, una perfecta unidad social” (sección femenina).
O como señala más claramente Vallejo-Nájera: “Si la mujer es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadosa débese a los frenos que obran sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones fregatrices de las impulsiones institintivas, entonces despiértase en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas… suele observarse que las mujeres lanzadas a la política no lo hacen arrastradas por sus ideas, sino por sus sentimientos, que alcanzan proporciones inmoderadas o incluso patológicas debido a la irritabilidad propia de la personalidad femenina”.
Hay que desarrollar medidas de reparación, justicia y verdad para las víctimas de la represión franquista, especialmente para aquellas que fueron más vulnerables, como las mujeres, porque el tiempo todo lo cura, menos las injusticias que las agravan.
José Guillermo Fouce es profesor de la Universidad Carlos III y coordinador de Psicólogos sin Fronteras Madrid
Ilustración de Miguel Gallardo
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