Nacionalizado español, murió fusilado en Sevilla en 1936. Sus bisnietos están recuperando su historia.
El Cooreo de Andalucia/ Manuel Ruiz Rico, 20/03/2010
Foto: Engelhardt, con los trabajadores de su empresa Sanavida.
Nació 16 días antes de que acabara la Guerra de las Siete Semanas entre Austria y Prusia, un 7 de agosto de 1866. Fue en Braunschweig, en el centro de lo que hoy se conoce como Alemania, que entonces ni siquiera existía... Quién iba a decirle a Otto Engelhardt que habría de morir fusilado en Sevilla en septiembre de 1936 por orden de la Alemania nazi y con el consentimiento del Gobierno español.El año que comenzó la Guerra Civil, Otto, El de los Tranvías, como era conocido en Sevilla, contaba 70 años y llevaba desde 1929 siendo investigado por el cónsul de Alemania en la ciudad. Fue hospitalizado el 19 de agosto en la cama número 37 de la sala San Cosme del Hospital de las Cinco Llagas debido a una dolorosa flebitis (la inflamación de una vena obstruida por un trombo). En otra sala, llamada de San José, había una placa con su nombre por haber costeado el embaldosado. Recibió el alta el 12 de septiembre y ese mismo día se lo llevaron a la Delegación de Orden Público en la calle Jesús del Gran Poder, donde estuvo detenido hasta su ejecución, se cree que varios días más tarde.Engelhardt llegó a Sevilla en los últimos años del siglo XIX. Había estudiado ingeniería en Alemania y como ingeniero trabajó para la AEG (Asociación Alemana de Electricidad) y la Strassebahn und Electrizitätswerke (Tranvías y Trabajos Eléctricos). En julio de 1894 se fundó la Compañía Sevillana de Electricidad, con capital alemán de empresarios de Berlín, que contrataron a AEG para que, entre otras cosas, edificara la central de Sevillana. El primer director de la compañía fue Engelhardt, quien contribuyó también al inicio de las primeras líneas de tranvía.Su historia ha permanecido en silencio durante décadas, incluso entre su familia. Hoy, sus bisnietos están investigando su vida y las causas de su muerte, aún rodeada de vacíos y de dudas. Otto tuvo dos hijos con su esposa Anna Holtz: el primogénito, llamado como él, moriría en la treintena; después llegó Conrado, quien, a su vez, tuvo otro hijo, éste ya nacido en Sevilla. Los cinco vástagos de éste son quienes tratan de reconstruir la vida de su bisabuelo.Desde 1903 Engelhardt ejerció de cónsul honorífico de Alemania en Sevilla, cargo que ostentó hasta el 23 de diciembre de 1919, cuando lo abandonó a petición propia. En Alemania el nazismo ascendía año tras año como la espuma y en las elecciones parlamentarias de 1930 el partido de Hitler se convirtió en la segunda fuerza política del país. Menos de dos años después, el 30 de enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania, pero para entonces Engelhardt era ya ciudadano español.El 13 de junio de 1931 había devuelto ya al Gobierno de su país sus condecoraciones de la Primera Guerra Mundial y en 1932 obtuvo la nacionalidad española.El 15 de octubre de ese año escribió en El Liberal una dura crítica contra Hitler: "[Es] la instauración del terror como sistema. Todo es para la libertad de Alemania (...) pero anhelar la libertad con tanto teatro como uniformes, paradas y saludos a lo Mussolini es bastante ridículo".De esos años data su amistad con José Laguillo, director de El Liberal, periódico del que fue colaborador a pesar de las presiones de la diplomacia nazi sobre Laguillo, que nunca cedió. Cuando esto llegó a oídos de Engelhardt remitió una carta al cónsul alemán en la que se declaró "absolutamente pacifista y, desde luego, absolutamente republicano".Los bisnietos de Otto, El de los tranvías, han encontrado en el Ministerio de Exteriores alemán un dossier de aquellos años con más de cien páginas sobre su bisabuelo. El último documento informa de una fiesta en la casa de Engelhardt en San Juan de Aznalfarache en noviembre de 1935, en la que se recordó la primera revolución alemana: "El señor Engelhardt -reza un artículo de El Liberal enviado a Berlín como prueba- brindó por el porvenir republicano de su antigua patria".Estaba viviendo, sin saberlo, los últimos meses de su vida y de esos días data una carta suya en la que asegura que está siendo espiado por un nazi que campa a sus anchas por Sevilla.Lejos quedaban ya las palabras que vertió en un artículo publicado en El Liberal el 15 de octubre de 1932: "¡Gracias a Dios que vivo ahora como ciudadano español bajo la protección de un Gobierno que está tan lejos del fascismo como yo de Hitler!".No es de extrañar que un hombre que había nacido en otro mundo, en el ecuador del siglo XIX, un año después del asesinato de Abraham Lincoln, en un país gobernado por Bismarck y en un continente en el que aún vivían Isabel II de España, Wagner, Van Gogh, Dickens y Baudelaire, tuviera tan poco don para prever la historia y la barbarie del siglo XX.Nadie sabe el día ni el lugar exactos en los que fue fusilado. Sus bisnietos creen que sus restos yacen en la fosa común del cementerio de San Fernando, pero hasta eso es una conjetura, una tiniebla más en esta historia de oprobio y de sombras.Una foto suya, vestido de cónsul con poco más de 40 años, sigue presidiendo el salón familiar. Un bisnieto y un tataranieto suyos llevan hoy su nombre.
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