Nosotros sabemos bien que no hay
impotencia mayor que la de intentar arrebatar de la muerte a quienes amamos.
Con infinita ternura pensamos en cosas pequeñas, la montura de unas gafas, un
botón desabrochado , una gorra, la silueta en una foto chiquitita de la que
sobresale una sonrisa; entonces nos parece imposible que tanto amor no sea
capaz de traerlos a nuestro lado, que las cosas y el mundo sobreviva sin ellos.
Esa perplejidad forma parte del vacío de todas las ausencias y forma parte del
dolor, más aún cuando la muerte es desgraciada e injusta.
Javier ha muerto y tenemos que
repetírnoslo para intentar creerlo, no podremos. Estaba demasiado firmemente
trenzado con nosotros. Investigaba las muertes terribles de los nuestros como
si los acunara, para cada uno tenía bien dispuesto un abrazo imposible que los
salvará de la iniquidad de su asesinato, para cada uno buscaba justicia y para
cada uno intentó abrir una página de la historia. No se puede pensar en un
historiador con más dulzura hacía las víctimas, ni con más empeño en
rescatarlas del olvido. Nunca sabremos cuanta oscuridad atravesó, ni hasta que
punto todo el dolor de aquellos asesinatos salvajes lo iba hiriendo, siempre
luchó por hacer prevalecer la alegría y la esperanza. Pensaba con orgullo en el
legado de dignidad coraje y humanidad de aquellos marcheneros caídos,
haciéndolo tan suyo que fue el mismo más que nada y hasta el final dignidad ,
coraje y humanidad.
Nosotros hemos aprendido a llorar
a los que amamos, mientras nos abrazamos a ellos en la libertad, la justicia y
la vida, eternamente.
May Valencia Herrera
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